CAPÍTULO 3 — Encuentro.

Sofía.

 La espera en el hospital se volvió interminable. Las horas pasaron lentamente mientras mis pensamientos iban y venían entre la ansiedad por la operación y lo que acababa de vivir.

Tenía que casarme con ese señor, y aún ni siquiera sabía de qué se trataba. Sin embargo, a pesar de las circunstancias, tenía una certeza, había hecho lo que consideraba correcto y no me arrepentía.

Mi papá lo valía todo.

Finalmente, el momento llegó. El médico salió de la sala de operaciones y se acercó con una expresión seria en el rostro. Así que apreté mis manos, y contuve la respiración, esperando la noticia.

—Señorita Martínez… su padre ya salió de la operación, está en recuperación… su condición amerita observación… —negué varias veces.

—Pero… ¿Él está bien?

—Sí… solo que debemos mantenerlo en el hospital por un tiempo… —no me convenció su rostro—. Toda su atención, está cubierta… y estará en una habitación de UCI privada.

Sentía el palpitar en mi cuello.

—Gracias… ¿Cuándo puedo verlo?

—En unas horas…

El hombre se fue mientras solté el aire. No importaba nada ahora, sino su recuperación, pero antes de que incluso me pudiera sentar, mi teléfono vibró en mi bolsillo.

—¿Sí?

—Sofía… soy yo… —podía reconocer su voz.

—Hola…

—Dijeron que tu padre salió de la operación… —asentí y me senté.

—Sí… parece que está bien.

—Bien… mañana deberás venir conmigo… la preparación comienza para tu boda…

Mi cuerpo se heló enseguida, pero solo pude responder una sola cosa.

—De acuerdo…

La llamada finalizó, y luego sostuve la mirada hacia la nada, dejando que mi cuerpo se recostara a la pared.

La vida de mi padre ahora estaba segura, mientras la mía, se iba de picada.

La mañana siguiente llegó pronto, y me vi obligada a prepararme para enfrentar lo que vendría. Me dirigí al lugar acordado, sin siquiera saber a qué tipo de preparación me refería. Al llegar, me encontré con un hombre que me condujo a un salón lujoso, donde fui recibida por una mujer elegante y fría que se presentó como la asistente del hombre con el que me casaría.

Don Rafael.

—Sofía, me alegra que hayas llegado a tiempo. Mi nombre es Victoria y seré tu guía en todo este proceso.

Allí me explicó que, como futura esposa del señor Rafael, tenía que aprender las reglas de etiqueta, protocolo y comportamiento que se esperaban de una dama de su posición social en este tiempo corto. También tendría que familiarizarme con el círculo social al que pronto pertenecería.

Los días pasaron en un torbellino de lecciones y preparativos. Cada vez me sentía más atrapada en una vida que no había elegido. Intentaba ser una buena alumna y adaptarme a las expectativas que me imponían, sobre todo porque Rosa negra se hacía presente con una mirada de amenaza, como si me recordara todo el tiempo mi lugar.

Sin embargo, mi corazón seguía perturbado, papá estaba recuperándose muy lento, y yo lo notaba algo extraño.

Y en medio de ir al hospital por la noche, y los días previos a la boda, el día finalmente llegó.

—Después de que se digan el sí… tú ya no me conoces, y no tengo nada que ver contigo… Don Rafael será tu dueño —miré a la mujer, que ni siquiera sabía su nombre real, y luego me miré en el espejo.

El vestido era un sueño, pero mi rostro se veía arruinado con mi ánimo.

—Y es mejor que sonrías, Sofía, todos los invitados piensan que don Rafael ha encontrado el amor… —ella sonrió de forma extraña y sentí un frío en mi estómago.

Todos se fueron de una amplia habitación de un majestuoso hotel donde se realizaría la boda, después de haberme arreglado. Ni siquiera sabía cómo sería la decoración, nada de lo que había aquí lo había elegido yo, y cuando esta mujer llamada Victoria me dijo que era el momento, mis entrañas se retorcieron.

Era el momento.

—Gracias… iré enseguida… —ella cerró la puerta de nuevo, y las ganas de llorar me invadieron. Sentía un nudo enorme en la garganta, y cuando fui a la puerta, escuché que mi teléfono comenzó a sonar, y me devolví.

La llamada era del hospital.

—Hola…

—¿Señorita Martínez? —el tono fue como agitado.

—Sí… ¿Mi papá está bien?

—Señorita, debe venir con urgencia… su padre se complicó…

—¿Qué? —mi pregunta salió como un susurro, pero los tonos cayeron, y me quedé mirando el teléfono en mi mano cuando finalizaron la llamada.

No pensé en nada, tomé mi bolso, me quité el velo, y salí de aquella habitación con el aliento trancado en mi garganta.

Tuve la suerte de no toparme con nadie, tal vez todos me estaban esperando en la otra puerta, y solo esperé que mis piernas me alcanzaran para llegar a tiempo. Tomé un taxi que estaba estacionado, y entre cortadamente le dije:

—Al hospital Xoco… muy rápido por favor…

El hombre se quedó mirando mi atuendo, pero no pensó dos veces en andar con rapidez.

Me limpié una que otra lágrima, y apreté mis manos durante el trayecto.

—Por favor, Dios… por favor… no… no permitas nada malo…

Al llegar al hospital pagué al conductor y corrí con dificultad, tenía que agarrar la tela del vestido de las piernas, aun cuando se ceñía a mi cuerpo, además las sandalias altas, me impedían andar con rapidez.

Llegué a la sala y luego vi hacia ambos lados, la habitación especial que pagaban a mi padre, quedaba en otra parte más privilegiada, y corrí los pisos sin usar el ascensor llamando la atención de los ojos por donde pasaba.

Me metí en un pasillo con agitación, y cuando doble en la esquina, me fui de para atrás cuando me estrellé con una persona.

Incluso mi cuerpo cayó al suelo de forma ruda.

—¿Te encuentras bien? Era una voz fuerte, áspera, y estremecedora.

El hombre se agachó rápidamente, y sin preguntar sus dedos revisaron mi rostro como si tuviera permiso de tocarlo. Incluso su mano apartó mi cabello que habían dejado suelto y con la carrera estaba por toda mi cara.

Allí estaba él, un hombre de aspecto intrigante, tenía una mirada profunda y penetrante, con ojos del color negro como la noche, y una barba bien cuidada que acentuaba su mandíbula fuerte. Su cabello oscuro estaba hacia atrás, dándole un aire de misterio, y así como yo, estaba vestido en un traje elegante.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda cuando nuestras miradas se encontraron. Era como si el tiempo se detuviera por un instante.

A pesar de la situación en la que me encontraba, no pude dejar de verlo, en vez de levantarme e ir corriendo hacia mi padre, y no entendía por qué, pero algo se removió de forma instantánea cuando respondí:

—No… No estoy nada bien…

Su ceño se pronunció con evidencia, y su mirada bajó a mi boca, como si su mente, estuviese maquinando por un momento…

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