El palacio bullía de actividad. La recepción diplomática había reunido a representantes de cinco países, todos interesados en las nuevas rutas comerciales que Khaled había propuesto durante los últimos meses. Era un logro significativo para Alzhar, un paso hacia la modernización que tanto anhelaba para su nación.
Khaled observaba desde una esquina del gran salón, con una copa de jugo de granada en la mano. Su traje tradicional, confeccionado en seda negra con bordados dorados, le otorgaba un aire de autoridad indiscutible. Varios ministros se habían acercado a felicitarlo, pero él apenas había prestado atención a sus palabras. Su mirada estaba fija en otro punto del salón.
Mariana.
La había visto entrar hacía unos minutos, ataviada con un vestido color turquesa que respetaba las tradiciones de Alzhar pero que, al mismo tiempo, resaltaba su belle