El sol de la tarde se filtraba por los amplios ventanales de la sala de juegos, proyectando rectángulos dorados sobre el suelo de mármol. Mariana se encontraba sentada en la alfombra, rodeada de bloques de construcción y figuras de animales, mientras Amira y Faisal competían por mostrarle sus creaciones. La risa de los niños llenaba la habitación, un sonido que había llegado a amar profundamente durante estos meses en Alzhar.
—¡Mira, Mariana! ¡He construido un castillo más grande que el de Faisal! —exclamó Amira, señalando orgullosa su estructura de bloques multicolores.
—¡No es cierto! —protestó Faisal—. El mío tiene una torre más alta.
Mariana sonrió, mediando como siempre entre los hermanos. "Ambos son impresionantes. Amira, el tuyo tiene más detalles, y Faisal, el tuyo es más alto. Son diferentes, pero igualmente especiales."
Los niños parecieron satisfechos con esta diplomática respuesta. Mariana los observó con ternura, consciente de cómo se habían transformado desde su llegada.