El pasillo que conducía a las habitaciones de Mariana parecía más largo que nunca. Khaled avanzaba con pasos medidos, consciente de cada latido de su corazón. La noche anterior apenas había dormido, repasando una y otra vez la escena en el hospital: Mariana sosteniendo la mano de Amira, cantándole suavemente, siendo el pilar que su hija necesitaba mientras él se desmoronaba por dentro.
Se detuvo frente a la puerta. Como jeque, como padre, como hombre, sabía que debía expresar su gratitud formalmente. Era lo correcto. Lo apropiado. Pero algo más profundo lo impulsaba, algo que iba más allá del protocolo y las normas que habían regido su vida.
Respiró hondo y llamó con firmeza.
Cuando Mariana abrió la puerta, Khaled notó inmediatamente las sombras bajo sus ojos. Ella también había pasado una noche difícil.
—Su Alteza —dijo ella, sorprendida, ajustándose el chal sobre los hombros—. No esperaba su visita.
—¿Puedo pasar? —preguntó él, manteniendo la com