El palacio se había convertido en un laberinto de encuentros evitados. Mariana había perfeccionado el arte de desaparecer justo antes de que Khaled entrara en una habitación, de tomar pasillos alternativos cuando escuchaba sus pasos acercándose, de programar las actividades de los niños para no coincidir con los momentos en que él estaba libre. Cinco días habían transcurrido desde aquella discusión en el despacho, cinco días de miradas esquivadas y palabras no pronunciadas.
Khaled, por su parte, parecía haberse sumergido aún más en sus obligaciones. Reuniones interminables, llamadas a altas horas de la noche, documentos que revisaba hasta el amanecer. Todo con tal de no enfrentar el vacío que sentía cada vez que pasaba frente a la habitación de Mariana y escuchaba su voz suave leyendo cuentos a sus hijos.
La tensión era palpable, como una fina capa de arena que se depositaba sobre cada superficie del palacio, imperceptible pero omnipresente.
Esa mañana, mientras Mariana ayudaba a Amir