Capítulo 24. La caída.

Belinda perdió la noción del tiempo en aquella celda. Los días transcurrían con una monotonía cruel, sumergiéndola en un abismo donde el hambre y la desesperación eran sus únicas compañeras. Su cuerpo estaba entumecido por el frío del suelo de cemento.

Apenas le daban de comer una vez al día, y el agua era tan escasa que su garganta siempre estaba seca. La piel se le pegaba a los huesos, y sus pensamientos se volvían más oscuros con cada segundo de soledad.

Cuando finalmente la sacaron, habían pasado dos semanas, la luz artificial del pasillo le hirió los ojos. Se tambaleó sobre sus pies, sintiendo cómo la sangre tardaba en fluir por sus extremidades adormecidas.

La llevaron a medio asearse y luego dos guardias la escoltaron hasta la sala donde la esperaba su abogado.

Él la miró con una expresión de preocupación mezclada con resignación. No había buenas noticias.

—Tu prima te ha denunciado por agresión —soltó sin rodeos.

Belinda sintió que el poco aire que le quedaba en los pulmones
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