Cassie
Desperté con el sabor metálico del miedo pegado a la garganta.
La tierra bajo mí aún humeaba. El aire olía a ceniza, a muerte, a algo que ya no podía devolver a su forma original. Era como despertar después de un incendio en tu propio cuerpo, sin saber cuánto de ti se había quemado con él.
Me incorporé de golpe, el corazón palpitando con una violencia salvaje. Mis manos estaban cubiertas de hollín, pero lo que me asustó no fue la suciedad, sino la calidez que aún quedaba en mis dedos. Como si el fuego siguiera ahí, agazapado bajo mi piel, esperando una excusa para volver a devorarlo todo.
Tragué saliva, la garganta seca, y miré a mi alrededor. Árboles ennegrecidos. Suelo agrietado. Silencio.
Demasiado silencio.
—Damon —susurré, aunque no estaba segura de querer verlo. No después de…
No. No podía pensar en eso aún. Mi memoria era un caos de imágenes distorsionadas, como si alguien las hubiera lanzado al fuego y solo quedaran retazos a medio quemar. Un rugido. Un brillo. Gritos.