Damon
La vi.
Dioses, la vi. Después de tanto tiempo, después de tanta oscuridad tragándome desde dentro… ahí estaba ella. De pie en medio del claro, con el cabello alborotado por el viento como si la misma tierra la adorara. Tenía la falda manchada de barro, las manos temblorosas sujetando algo contra el pecho —un cuaderno, quizás—, y los ojos... los ojos eran un océano que no había dejado de llamarme en todo este tiempo.
Mi nombre estaba grabado en cada pestañeo suyo.
Me quedé entre los árboles, oculto, maldiciendo el deseo que me empujaba hacia ella. No podía moverme. No debía.
Pero quería.
Cassie.
Si supiera lo que me costó no volver. Si pudiera ver las marcas. Si pudiera oler el hierro en mi piel, aún fresca, aún abierta. Ella pensaría que soy un monstruo, y no estaría equivocada. Tal vez lo sea. Tal vez siempre lo fui, pero por ella… juro que intento ser menos.
Vi cómo quemaba una carta en la base del árbol. Esa costumbre suya. Esa ternura que me destrozaba. El humo subió, lento,