Cristina
¿Lo de anoche realmente ocurrió?
¿El amor rudo y los besos tiernos?
¿Las palabras sucias y las verdades entrañables?
Todo era tan malvado y divino, tan imposible de creer, pero una vez que sentí las sábanas frías en mis manos, supe que esto no era un sueño.
Fue real.
Éramos reales.
Poco a poco encontré el coraje para despertar, revelando el cielo de Manhattan, iluminado como un fuego castaño rojizo que se posaba sobre el lino blanco que envolvía mi cuerpo.
—Estás despierto —dijo Gabriel maravillado, con voz más áspera al principio. Levanté la vista y me fijé en su peculiar melena y sus largas y espesas pestañas mientras me atraía hacia su cuerpo desnudo.
—¿Me has estado viendo dormir?— pregunté mareada al pensarlo, mientras sus manos acariciaban mis brazos como miel sobre porcelana.
Me besó las mejillas entre palabras, su confianza oculta en la modestia de un susurro. «Mirándote, soñando contigo, pensando en anoche, y Dios, cuánto te anhelo todavía». Metió la mano bajo las sá