LA ESPOSA VIRGEN DEL INDOMABLE CEO PARALÍTICO "Cautiva."
LA ESPOSA VIRGEN DEL INDOMABLE CEO PARALÍTICO "Cautiva."
Por: andreyflor
1. Corre

Se arranca el velo, se quita los tacones y sigue corriendo en la maleza y lejos de la mansión donde acaba de escapar de su boda.

—¡Que no escape! —reconoce esa voz y casi se le sale el corazón.

Sigue corriendo conforme los gritos para que se detengan se oyen con fuerza y los carros rugen con el motor para perseguirla, sigue y sigue corriendo descalza a su vez que siente las ramas, las piedras y la tierra en sus pies descalzos.

“Corre, no pares. ¡Corre!”

Mira sobre su hombro y las luces de su antigua casa se hacen más pequeña. La casa está rodeada de infinitos arbustos y árboles pero en cualquier momento podrá ver la carretera y pedir auxilio, es lo único que tiene en mente. Sigue corriendo sin detenerse.

El vestido blanco se desgasta con las ramas que la lastiman cada vez que se aleja.

Si la atrapan, volverá al infierno que ha vivido por meses, en una familia que sólo la ha tratado como un objeto para cumplir y obedecer. La utilizaron al comprometerla como moneda de cambio a la familia enemiga, y su futuro esposo resultó ser peor.

Cuando el sacerdote había comenzado su función sudaba, y con los ojos rojos por tanto llorar suplicándole a su madre que no la casara con ese hombre, el grito de su prima se escuchó por toda la mansión, y aprovechó la situación para huir de los guardias y saltar hacia el bosque para irse lo más lejos posible.

No quería pasar otro día más en ese lugar y tenía que buscar la manera de enfrentarse a lo que el futuro le depararía, como estar en la calle o vivir sin su dinero, pero podía arreglarselas, la pregunta era. ¿¡Cómo?!

—¡La veo! ¡Se dirige hacia la carretera, señor!

Casi pierde la noción del tiempo cuando escucha esos gritos y aunque intenta huir, ya cree que es vano. Su corazón golpea con fuerza sus huesos y a su pecho se le dificulta tomar aire. Está agotada y si alguien llega a atraparla estará pérdida para siempre.

Se agarra el vestido y ya no le interesa lastimarse la punta de los pies cada vez que se aleja. Desesperada, asfixiándose, con la oportunidad de vivir en libertad frente a sus ojos que puede desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos, cae de bruces al suelo lastimándose con las piedras puntiagudas que no lograron, por suerte, herirla de gravedad.

El sonido de los gritos y los perros la hacen reaccionar y se arrastra un poco más para levantarse, rasgar lo que puede del vestido blanco manchado de sangre y echarse encima las fuerzas para seguir.

“Sólo tienes una oportunidad.”

Y se abalanza hacia adelante para continuar. Mirando hacia atrás, su mente procesa por un instante las posibilidades de salir de éste lugar, lo que puede encontrarse y lo que no, pero no es que hubiese tenido un plan, tan sólo lo hizo porque no pudo desperdiciar esa oportunidad de irse.

Su cuerpo responde a los golpes y a las heridas, así que de una vez el agotamiento le está pasando factura de manera indeleble.

Sin embargo, ya dentro de nada está observando la carretera solitaria y cuando sus pies desnudos tocan el pavimento, observa a todos los lados en busca de algún carro, pero debe darse prisa. El tiempo está siendo su peor enemigo así que cuando cojea para ir hacia su derecha con la luz de un carro próximo, se coloca frente a la carretera para detenerlo.

—¡Ayuda! —grita desesperada—. ¡Ayuda…!

El coche se frena de golpe y cuando ve que tiene esperanza de salir de aquí por lo menos para alejarse del perímetro del rancho de su familia, baja las manos cuando se da cuenta que reconoce a esos hombres.

Son guardespaldas.

Esos guardespaldas lo ha visto en la fiesta de la boda.

Abre los con horror. Retrocede.

Empieza a correr hacia el sentido contrario con la motivación de huir de ahí cuanto antes, de perderse otra vez en el bosque y ser una prófuga de su propia familia pero ya no sabe si tiene escapatoria, porque uno de los hombres la coge con fuerza de la muñeca y la agarra.

—¡No! ¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Ayuda! —muerde las manos y patalea a quien ya la lleva a la limusina en vano.

Esos hombres trabajan para la familia de su prometido y el miedo incrementa cuando imagina la posibilidad de volver a esa prisión y a los brazos de Gabriel. Sigue pataleando mientras grita aún con la mano cubriendo su boca.

Y la introducen el carro en un sólo empujón. De una vez vuelve a removerse y a gritar maldiciones para que la dejen ir y ante el agarre fuerte de los hombres observa que el carro vuelve a conducir y se siente palida al saber que reconoce ésta limusina y…

—No quiero que hagas ningún ruido. No te haré daño…

La sola voz envíe un escalofrío gigante a su cuerpo y tiene que girar la cabeza para encontrarse a nada más ni nada menos que los ojos grises apoderándose del alrededor, como si fuese el dueño de todo.

—¿Usted…?

—Observe todo el espectáculo que hiciste —habla el hombre, de mirada sombría—, y me parece que no tienes escapatorias.

—¿Me llevará…—jadea con susto—, de vuelta a la mansión? ¿Me llevará…?

Al instante no recibe respuesta y el sollozo que sale de su garganta es lo único que se escucha.

—Por favor, no me lleve devuelta. Por favor…ese hombre me matará en verdad.

—A partir de ahora no voy a entregarte a ningún otro hombre —y sus palabras se atoran en su garganta cuando lo oye—, porque quiero que seas completamente mía, Angelina.

Sus ojos se abren con cada palabra.

—¿Cómo que suya?

—Te protegeré —y el cigarro del hombre inunda el carro—, te protegeré de ahora en adelante pero a cambio: necesito que seas mi mujer.

Angelina vuelve a jadear con impresión pero de una vez su rostro, sudado y jadeante, cambia al enojo.

—Perdió la razón. ¿¡Qué está diciendo!?

El hombre sigue estando serio.

—Tu familia quiere tu cabeza ahora porque los ha humillado, y mi sobrino no descansará hasta buscarte —y Giancarlo la observa con fijeza—, de ahora en adelante eres de mi propiedad, Angelina —y cuando están cerca le agarra la barbilla para mirarla fijamente—, es la única manera de que salgas de este infierno por completo.

Angelina observa todo su rostro todavía sorprendida.

—No puede hacerme su esposa. Es imposible que yo esté con usted —murmura Angelina, agitada. ¿Acaso es su condena al infierno?—, ¿Qué me prueba a mi que no estoy entrando a otro infierno? No quiero casarme-

—No se trata de amor, se trata de conveniencia. Tu quieres libertad, yo quiero una esposa.

—No lo conozco.

—Me conocerás, preciosa... —Giancarlo no puede dejar de ver ese hermoso rostro repleto de miedo y susto—, y si habrá un hombre que te cause dolor, ese seré yo a partir de ahora pero prometo no desamparte y protegerte de cualquier daño —y Giancarlo la acerca hacia sus labios—, me perteneces desde este momento…

Giancarlo Mancini no es más que el tío de su ahora ex-prometido, y que ahora ha venido a reclamarla como suya.

—¿Cómo puede reclamarme suya si estaba a punto de casarme con su sobrino? ¡¿En qué está pensando?!

—Una cosa.

Angelina tiene que callarse de súbito al oír la misma voz grave que sale casi desde las profundidades de una cueva. El carro comienza a moverse y al instante el chasquido de las puertas con el seguro le hacen volver el rostro.

—No se atreva a exigirme algo. ¿Quién se cree que es?

—¿Quieres tu libertad? ¿No es así?

Se siente tan adolorida en estos momentos que lo único que agradece es que está sentada. Pero sentada frente a su verdugo.

Giancarlo deja la colilla del cigarro en el pequeño plato a su lado. La manera en la que sus movimientos son descuidados, lentos, amenazantes por donde lo viera, emanando sin siquiera intentarlo el poder que siempre ha tenido. Sin embargo, si no lo conocieras en realidad pensarías que es un simple hombre como otro, pero no es así. No obstante, Angelina traga saliva para quitar los pensamientos y cuando se procesa lo que ha dicho, lo observa de una vez ensimismada en la preocupación.

—La quiero; quiero mi libertad. Pero lo que dicen es que usted no hace algo de gratis —Angelina se remueve cuando las manos de uno de los guardias se acerca a moverla.

—No la toques.

Es Giancarlo quien demanda con fuerza disparando de sus ojos grises una severidad que congelaría a cualquiera.

El guardia se aleja de inmediato de Angelina y aunque no quiere darle tanta importancia, Angelina vuelve a mirar nada más que petrificada. Cuando sus ojos se encuentran, Giancarlo inclina el rostro y alza los hombros ligeramente.

—Es lo que estoy haciendo —es oscuridad. Giancarlo Mancini es oscuridad, un tormento, y un demonio en vida. Oírlo es como si recitara la sentencia que la mandará a otro infierno: pero éste sería mucho peor. No se estremecerá tan fácil con la mirada profunda e intimidante de Giancarlo pero es difícil no hacerlo, al menos, en este momento donde no ha estado más vulnerable—. A cambio de tu protección, quiero algo.

Angelina lo observa de arriba hacia abajo, con la respiración atolondrada y con un parpadeo desigual porque…porque observar a éste hombre, que le lleva unos diez años por delante, se siente demasiado inverosímil.

—Te doy la libertad que siempre has querido y en cambio serás mi esposa.

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