La cabaña segura estaba a una hora del château en ruinas, escondida en un valle donde las autoridades suizas tardarían días en rastrearlos. Era pequeña, espartana, pero funcional. Y más importante: tenía calefacción.

Tamara estaba sentada junto al fuego mientras Ethan vendaba su hombro herido. La bala había pasado limpiamente, pero había perdido suficiente sangre para que el mundo todavía girara ligeramente cuando movía la cabeza demasiado rápido.

—Necesitas un hospital —dijo Ethan por quinta vez.

—Necesito que Gabriel no desaparezca mientras estoy inconsciente bajo anestesia —respondió Tamara por quinta vez.

Gabriel estaba en una esquina, envuelto en manta térmica, mirando la nada. No había hablado desde que salieron del château. Ni siquiera había llorado más. Solo... existía, procesando algo de