POV Gisel Donovan.
El apartamento olía a humedad y a miedo. Pequeño. Oscuro. Frío. Nada que ver con el palacio en Marruecos donde cada habitación era más grande que este lugar completo. Aquí había una cama doble con sábanas grises que habían visto mejores días, una cocina con dos hornillas que no funcionaban, y una ventana con vista a un callejón donde los gatos peleaban por la basura.
Pero era seguro. O al menos eso nos dijo el contacto de Sofía cuando nos entregó las llaves hace tres horas.
—Nadie sabe de este lugar —había dicho el hombre, un italiano viejo con cicatrices en las manos—. Pueden quedarse el tiempo que necesiten. Pero si traen problemas a mi puerta, las mato yo mismo antes de que llegue quien las busca.
Sofía le había dado cinco mil euros en efectivo.
Yo le había dado mi palabra de que nadie nos seguiría.
Mentí.
Porque sabía que mamá vendría.
Y también sabía que Aleksei ya debía estar en camino.
Me senté en el borde de la cama, el cuerpo todavía dolorido del viaje. Och