NARRADOR
La mansión en las montañas reposaba en un silencio sepulcral, como si el propio invierno la hubiera congelado en el tiempo. Fuera, el viento aullaba entre los pinos centenarios, azotando la nieve contra las ventanas como dedos desesperados que quisieran entrar. Dentro, las luces del centro de operaciones se apagaban una a una, los monitores parpadeando hasta quedar en negro, las Flores exhaustas durmiendo en sus cuartos después de otra noche de planes y sangre. Bruno y Ángela, en su habitación, probablemente se devoraban mutuamente para olvidar el horror del día. Pero no todos podían permitirse el lujo de dormir. No cuando el deseo y el dolor ardían como brasas bajo la piel.
Draco avanzaba por el pasillo con pasos decididos pero silenciosos, como un depredador que conoce cada sombra de su territorio. La chaqueta de cuero colgaba de su hombro, manchada aún de la operación anterior, y en su rostro llevaba esa máscara habitual: dureza tallada en piedra, ojos que no dejaban trasl