—No —la interrumpió Albert Kholl—. Nadie puede obligarme a hacer algo que no estoy dispuesto a hacer. Es mi decisión.
—¿Entonces te gusta? —La señora parecía conmocionada—. ¿No te molesta tener contacto físico con mujeres? ¿Tu problema está curado?
—Es una excepción. —Albert Kholl se frotó la sien mientras veía a la chica salir del baño con su secador—. Puedo tocarla.
—¿Entonces te casaste con ella por eso?—
—Sí, pero no del todo.—
—Ah, sí... el matrimonio no es cosa de niños. No deberías haberlo hecho tan simple...
—De acuerdo. —Albert Kholl se estaba frustrando un poco. Su voz se enfrió un poco al decir—: Sé cómo manejar mis asuntos. ¿De qué más tienes que hablar?
Guardó silencio unos segundos antes de decir: —Vuelvo mañana. Llegaré a la ciudad de Nueva York sobre las 10:30 de la mañana. ¿Puedes venir a buscarme?—.
Dalila le trajo el secador de pelo a Albert Kholl.
Ella acababa de enchufarlo a la fuente de energía cuando él la atrajo nuevamente.
Ella se sentó en su regazo, con el b