Carlotta se estiró perezosa en la lujosa cama del hotel Emperor.
Sábanas de seda se resbalaban por su sensible piel, lujo y sofisticación dondequiera que posara sus somnolientos ojos.
¿Había muerto y estaba en el paraíso?
Su tonta mente sacó esa conclusión, pero luego recordó todos los acontecimientos de anoche de golpe.
“¡Maldición!, ayer fui la lechuga en el medio de dos t***s de pan, el chorizo entre los huevos, ayer, ¡me acosté con dos sexis hombres! ¡Wiiii!”
Se incorporó con algo de molestias en sus músculos y se recostó a las grandes almohadas blancas.
Los ojos bien abiertos con emoción y sus manos sujetaban la sábana blanca de seda sobre sus senos.
La apartó por un segundo para contemplar las marcas apasionadas en su cuerpo.
— Dormí con dos hombres, Carlotta domaste a dos sementales y saliste victoriosa – la sonrisa orgullosa en sus labios era difícil de esconder.
Así la encontró Fabio, cuando entró en la habitación, con la cajetilla de dientes afuera, como una pilla qu