Habían llegado a la ciudad, sin peligros y a salvo.
Estacionaron al lado de un parque de niños vacío, donde se bajaron a ser reprendidos.
Fabio y Stefano frente a la Duquesa, sin siquiera rechistar.
— ¡¿Fabio que demonios pasa contigo?! ¿Estás mal de la cabeza? ¡Primero le robas a unos tipos peligrosos y luego casi nos matas frente al tren!
— ¡Te juro que si moríamos, me iba a pasar la eternidad metiéndote un palo con alambre por un culo!
— Auch – Stefano no pudo evitar hacer una mueca de dolor, pero eso solo atrajo la atención de Carlotta.
— ¡Y tú, Duque de pacotilla! ¡Te la pasas el día ladrándome que eres el amo del mundo y cualquiera manda más que tú!
— ¡Hasta tu guardaespaldas hace lo que le sale de los huevos…!
Una mujer que podían desaparecer con chasquear los dedos, a la cual le sacaban el doble de ancho y casi de altura, los estaba insultando de todos los colores, señalándolos y con un cabreo monumental.
Stefano, que en su vida de Duque mimado, nadie lo había ofendido así,