La pensión amaneció más silenciosa de lo normal. Después de jornadas intensas de gritos, multitudes y aplausos, aquella mañana parecía un respiro. Isadora se levantó temprano, tomó un desayuno sencillo con café y pan caliente que Nala había conseguido en el mercado y se sentó en la mesa de madera junto a Gabriel y Elías.
Sobre la mesa reposaba una carpeta gruesa con documentos que Clara había logrado rescatar del consejo municipal y que Maurice Delacroix había respaldado desde el ámbito financiero. Era la base de la acción legal que marcaría un antes y un después.
Elías acomodó sus gafas y habló con calma:
—Hoy entregaremos esto en el tribunal. Es la pieza que faltaba: pruebas oficiales, certificadas, con fechas y firmas. Ningún juez podrá ignorarlo.
Isadora respiró hondo. Sabía que ese momento era crucial. Había mostrado su rostro al pueblo y había recibido el abrazo colectivo que la protegía. Ahora tocaba mover la rueda de la justicia.
Clara llegó poco después, con un maletín e