La ciudad amaneció con un aire distinto. Los periódicos, que días atrás solo repetían la versión oficial de la tragedia aérea, ahora empezaban a llenar sus titulares con dudas. Palabras como “incongruencias”, “registros alterados” y “transferencias sospechosas” aparecían en letras negras sobre el papel. Aunque ninguno nombraba directamente a Isadora, todos sabían que detrás de esas investigaciones se escondía algo más grande.
 Desde la ventana de la pensión, Gabriel observaba cómo la gente compraba los diarios y discutía en las esquinas. La incredulidad crecía. Y ese murmullo era justo lo que necesitaban.
 —El terreno se está moviendo —dijo en voz baja mientras doblaba un periódico y lo colocaba sobre la mesa.
 Isadora lo miró, con la bufanda aún cubriendo parte de su rostro.
 —El mundo empieza a preguntarse lo que nosotros ya sabemos: que mi muerte fue una mentira útil para mis enemigos.
 Elías, siempre pendiente de los documentos, añadió:
 —Y cuanto más duden, más presión sentirán A