La oficina de Clara Estévez era discreta, situada en el segundo piso de un edificio de piedra antigua, con ventanas altas que daban a la calle. Los muebles, aunque sencillos, estaban cuidados, y el olor a papeles y tinta impregnaba el aire.
  Isadora llegó de madrugada, acompañada de Sahira. Se sentaron frente al escritorio, donde Clara ya tenía desplegados varios documentos. Su rostro, serio y concentrado, denotaba que había pasado la noche entera trabajando.
  —He comenzado a hablar con algunas personas de confianza —explicó Clara—. Gente que me debe favores y que no está comprometida con Amara ni con Damián. Aún no he mencionado tu nombre. Solo he insinuado que hay irregularidades en los registros y que pronto se sabrá más.
  Isadora la escuchó en silencio, con respeto. Sabía que cada palabra de Clara significaba riesgo, y no quería forzarla a ir más allá de lo que ella misma decidiera.
  —No quiero que pongas en juego tu carrera sin estar segura —dijo al fin Isadora.
  Clara la mi