El amanecer en la ciudad fue distinto: las calles parecían vibrar bajo la tensión de lo que estaba por ocurrir. Desde la madrugada, periodistas, cámaras y reporteros se agolpaban en la entrada del hotel donde Damián Echeverri y Amara Leclerc habían convocado a una rueda de prensa.
El anuncio había llegado la noche anterior como un trueno:
«Damián Echeverri y Amara Leclerc hablarán al país, Declaraciones exclusivas sobre el caso Morel».
Los noticieros lo vendieron como el evento del año. Miles de personas en distintos rincones del mundo esperaban escuchar de primera mano a los que alguna vez habían sido símbolos de poder.
El lobby del hotel estaba custodiado por hombres de seguridad, pero ni su presencia lograba calmar la efervescencia. En la primera fila, los reporteros sostenían micrófonos con las manos temblorosas, listos para capturar cada palabra.
Damián apareció primero. Vestía un traje gris impecable, pero sus ojeras delataban noches de insomnio. Detrás de él, Amara surgió como