El salón aún vibraba con los murmullos cuando Isadora se dio media vuelta y caminó hacia la salida. No había necesidad de quedarse, ella no se rebajaría a pelear con ellos, el golpe estaba dado. Afuera, los flashes la siguieron hasta que subió al auto conducido por Nala. Gabriel, desde dentro, la recibió con una leve inclinación de cabeza.
—Perfecto —dijo él, mirando por la ventanilla cómo los periodistas corrían tras el vehículo—. Ahora la cacería empieza para ellos.
Dentro del salón, la confusión se convirtió en caos. Varios invitados se acercaban a Damián y Amara con preguntas directas.
—¿Es cierto que es Isadora Morel? —¿No estaba… muerta? —¿Por qué no dijeron nada?
Damián apretaba la mandíbula, intentando no perder el control. Amara, con un gesto estudiado, fingía sorpresa y preocupación, pero sus manos temblaban sobre la copa.
En un rincón, un periodista de economía enviaba un mensaje de voz a su redacción:
—Esto es histórico. Si es quien creemos, todo el caso Morel