Capitulo 5 Doble Traición

El vestido de novia colgaba frente a ella como un insulto. Era blanco, largo, con encaje bordado a mano, una pieza que cualquier otra mujer encontraría mágica. Para Isadora, era una mortaja.

Estaba en la casa de modas Leclerc, propiedad de la tía de Amara. Allí se realizaría la primera prueba oficial del vestido. Eugenia había insistido en que no podía faltar. Que era su obligación mostrar una imagen impecable, aunque por dentro estuviera desmoronándose.

Mientras la diseñadora tomaba medidas y hablaba sobre ajustes, Isadora apenas podía concentrarse. Cada palabra de aquella mujer le sonaba lejana, hueca, como si la habitación entera estuviera sumida en un velo de sordera.

—Debes comer un poco más —dijo la mujer, con tono entre crítico y maternal—. Si sigues así, la tela colgará sobre ti como una sábana en el viento.

Isadora asintió sin decir nada. La última comida decente que había ingerido fue dos días atrás.

—Amara llegará pronto —dijo Eugenia, desde el sofá. Leía una revista como si aquello fuera un paseo cualquiera—. Quiere ayudarte con los accesorios. Qué suerte que tienes una amiga tan dedicada, ¿verdad?

Isadora no respondió. Pero por dentro, hervía.

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Cuando Amara apareció, traía consigo una bolsa de terciopelo y un perfume nuevo que inundó la sala. Saludó como siempre: con una sonrisa encantadora y una mirada como puñales ocultos en terciopelo.

—¿Lista para tu gran día, Isa?

—No lo sé… ¿estás tú lista? —respondió sin pensar.

Amara soltó una carcajada suave.

—Qué humor el tuyo. Mira lo que traje. Joyas para que el mundo no vea tu alma… solo tu cuello.

Sacó un collar de diamantes con una perla central. Majestuoso, excesivo… y familiar.

Isadora lo reconoció al instante. Era el collar de Eugenia.

—Ese collar… era de tu madre.

—Lo era. Pero Damián me lo regaló el año pasado.

Isadora sintió que algo se le quebraba en el pecho.

—¿El año pasado?

—Sí. En nuestro aniversario. ¿No te lo contó? Claro que no —dijo, acomodando el collar sobre su propio cuello y observándose en el espejo—. Hay cosas que es mejor guardar entre… verdaderas parejas.

Eugenia levantó la vista, pero no dijo nada. No la defendió. No se indignó. Solo frunció los labios y siguió hojeando la revista.

Isadora bajó los ojos. El mundo se le hizo pequeño, sofocante, como si alguien hubiera retirado el oxígeno de la habitación.

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Esa noche, al regresar a casa, entró en el despacho de su padre sin tocar. Ernesto levantó la mirada con molestia.

—No puedes irrumpir así.

—Damián sigue con Amara. Nunca terminó con ella.

—¿Y?

—¿Y? ¿Eso no le importa?

—Lo que haga fuera de la casa no me interesa mientras cumpla su rol como esposo. Tú también deberías entenderlo.

—¿Eso es todo lo que esperan de mí? ¿Ser su pantalla?

—Esperamos que dejes de comportarte como una niña y empieces a ser útil. Si tienes que compartirlo para mantener la posición, lo harás. Es un precio justo. No lo arruines.

—Entonces… ¿sabían todo este tiempo?

—Por supuesto. La relación entre los Echeverri y los Leclerc viene de generaciones. Este matrimonio era inevitable.

—¿Y por qué yo?

—Porque eres lo único que nos queda para negociar.

Esas palabras fueron más dolorosas que cualquier golpe. Era una mercancía. Un cuerpo útil. Un apellido rescatable. No una hija.

—Gracias por confirmarlo —susurró, y se marchó.

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En su habitación, el cuaderno oculto temblaba entre sus dedos. Isadora escribió con rabia, con lágrimas y con furia:

“Hoy confirmé que estoy sola. No fue una sospecha, fue un hecho. Me vendieron. Me usaron. Me callaron. Pero aún tengo algo que no podrán quitarme: la memoria. Y algún día… esto lo usaré para destruirlos.”

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Tres días después, Isadora regresó a la mansión Echeverri para otra “reunión familiar”. Damián la recibió con un beso en la frente, actuando como si nada hubiera pasado.

—Estás más bonita que nunca —le dijo.

—¿Será por el sabor de la traición?

Él la miró con una ceja arqueada, y luego sonrió.

—Has aprendido a contestar. Me gusta. Las mujeres con fuego duran más.

Durante la reunión, Amara apareció sin anunciarse. Se sentó junto a Mireya como si formara parte del círculo íntimo.

—¿Isadora? —preguntó con inocencia—. ¿Podrías traerme una copa de agua con limón? Este calor es insoportable.

Mireya rió.

—Qué consideración la tuya, Amara. Eres tan atenta.

— Isadora se levantó sin decir nada. En la cocina, una empleada la miró con lástima.

—No debería servirle. Usted es la prometida.

—No te preocupes —susurró Isadora—. Solo hazlo.

Volvió con la copa. Se la extendió a Amara. Y entonces, por primera vez, la miró directo a los ojos.

—Aquí tienes. Disfrútala.

Amara la miró por un segundo, desconfiada. Pero bebió igual. El silencio se hizo incómodo. Todos fingieron que no había tensión, pero la habitación estaba cargada como una tormenta.

Damián fue el primero en romperla.

—Isadora, después quiero hablar contigo… en privado.

—Claro.

Sabía lo que vendría. Un nuevo regaño. Un nuevo golpe. Una nueva amenaza.

Pero esta vez, ella tenía un plan.

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Lo que no esperaba… era el golpe de Amara.

Cuando salió de la sala para ir al baño, la interceptó en el pasillo. Nadie más estaba cerca.

—No te hagas la digna —dijo Amara, con los dientes apretados—. Esta farsa se sostiene porque yo lo permito.

—¿Farsa?

—Tú no eres nadie, Isadora. Y si crees que vas a quitarme a Damián, estás equivocada. Él es mío. Siempre lo ha sido.

—¿Y por eso estás aquí? ¿Para rogarme que lo deje?

Amara la abofeteó.

Isadora no gritó. No retrocedió. Solo la miró, firme.

—Una bofetada no me asusta. Ya he recibido cosas peores.

Amara la empujó contra la pared y le susurró al oído:

—Pronto vas a desaparecer. Y nadie preguntará por ti.

Y con una sonrisa, se fue.

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Isadora no dijo nada al respecto. Sabía que no serviría de nada.

Pero en su cuaderno escribió una nueva entrada:

“Hoy recibí dos traiciones. Una de sangre. Otra de carne. Ambas duelen. Pero cada traición es un ladrillo más en la fortaleza que estoy construyendo. Si creen que van a destruirme… es porque aún no saben lo que puedo hacer cuando deje de fingir.”

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Y así terminó el día. En silencio. Pero ya no por miedo. Sino porque estaba aprendiendo que el silencio también puede ser un arma.

Un arma letal.

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