El eco de su discurso aún vibraba en los medios, pero Isadora sabía que las palabras sin acción eran solo humo. La verdadera revolución no se gritaba. Se planeaba. Se ejecutaba en silencio.
Por eso, días después de su aparición pública, en un sótano acondicionado bajo el edificio I-88, comenzaron a reunirse las primeras piezas del tablero.
No eran políticos. No eran diplomáticos. Solo eran sobrevivientes.
Personas que el sistema había quebrado, pero no destruido.
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Nala fue la primera en ser convocada formalmente. No solo era experta en infiltraciones de datos, sino que conocía los sistemas de seguridad de al menos siete bancos privados europeos.
—¿Estás segura de esto? —le preguntó a Isadora—. Una red como la que quieres formar no puede ser pública ni legal.
—Lo sé —respondió ella, mientras pasaba su dedo por un monitor táctil—. Por eso no será una empresa, ni una ONG. Será una estructura de inteligencia… sin rostro. Solo con un núcleo claro. Uno que nunca titubee.
Nala