Capitulo 3 El Primer Golpe

El vestido azul empolvado caía como una cascada sobre su cuerpo delgado. El corsé apretaba con crueldad sus costillas, pero lo soportaba. Su madre le había dicho que esa noche sería clave para reforzar su imagen como “la futura señora Echeverri”. Una cena con políticos, empresarios y celebridades. Isadora debía brillar. Aunque no tuviera luz.

El chófer la dejó frente al hotel cinco estrellas donde se celebraría el evento. Damián ya estaba adentro. Como siempre, no la esperó. Ni un mensaje, ni una llamada. Solo órdenes a través de su madre y de Mireya.

Las puertas se abrieron y una explosión de flashes la cegó por un instante. Sabía por qué. Habían filtrado a propósito que asistiría como prometida oficial. Otra jugada de imagen. Una pantalla que cubría el infierno real.

Caminó por la alfombra roja con la cabeza alta. Recordó las palabras de su padre antes de salir:

—No hables mucho. Solo sonríe. Si Damián quiere que lo acompañes, hazlo. Si no, apártate.

Y eso hizo.

Al entrar al salón de mármol y columnas doradas, lo vio. Damián reía con un grupo de hombres trajeados. A su lado… Amara.

Isadora sintió un pinchazo en el estómago.

Amara vestía de blanco. No cualquier blanco, sino uno perla, de seda brillante, con perlas incrustadas y espalda descubierta. Un diseño que Isadora había mostrado semanas atrás como opción para su boda.

Aquello no podía ser una coincidencia.

—Llegas tarde —dijo Damián al verla, sin saludarla, sin siquiera mirarla a los ojos.

—Tu madre me dijo que viniera a las ocho.

—Yo digo que llegaste tarde.

Isadora asintió.

Amara se acercó y le dio un beso en la mejilla, con esa sonrisa que ya era como una daga.

—Estás hermosa, Isa. Aunque te queda un poco ajustado ese vestido, ¿no crees?

La humillación no dolía tanto como la normalidad con la que todo se desarrollaba. Nadie notaba nada. Nadie quería notar.

Durante la cena, Isadora fue ignorada por completo. Damián hablaba con sus invitados, Amara intervenía como si fuera su pareja, y los fotógrafos tomaban imágenes cuidadas donde ella siempre salía en segundo plano. Como un adorno mal colocado.

Hasta que la copa de vino se derramó.

Isadora había estirado la mano para tomar una servilleta, y el vaso de cristal cayó por accidente sobre la falda de Amara, dejando una mancha roja en su vestido blanco.

El silencio fue inmediato.

Todos voltearon.

—¡Ten cuidado! —exclamó Amara, fingiendo pánico y luego risa—. Es solo vino, no te preocupes… se quita.

—Lo siento —dijo Isadora, con voz temblorosa.

Damián la miró con ira.

—Ven conmigo —ordenó, tomando su brazo con fuerza.

La arrastró fuera del salón, cruzando un pasillo hasta un cuarto de servicio donde no había nadie.

—¿Estás tratando de hacerme quedar en ridículo? —le espetó—. ¿Eres tan torpe como para arruinarle el vestido a Amara?

—Fue un accidente…

—¡Mentira! —gritó—. Todo el mundo lo vio. ¿Quieres hacer un escándalo para que todos piensen que eres una víctima?

—No —susurró ella, con la garganta cerrada.

—¡Cállate!

Y entonces, sucedió.

El golpe fue seco. El dorso de su mano contra la mejilla. Isadora sintió el ardor primero, luego el zumbido en el oído, y finalmente, el gusto a sangre en la boca.

Cayó de rodillas.

El suelo estaba frío. Las luces parpadeaban sobre ella. Pero no lloró. No gritó.

Damián respiraba agitado.

—Eres una estúpida. Arruinas todo lo que tocas.

Ella no respondió. No podía.

—Tienes suerte de que no haya cámaras aquí.

Se alisó la chaqueta y salió del cuarto, dejándola sola, rota.

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Isadora no volvió a entrar al salón. Se escapó por la salida de emergencia, sin que nadie lo notara, sin que nadie la buscara. Caminó hasta la calle, descalza, con los zapatos en la mano. Nadie le ofreció ayuda. La ciudad brillaba con indiferencia.

Tomó un taxi con el poco dinero que tenía escondido en la cartera. No fue a casa. Fue al cementerio.

Su niñera, Gabrielle, la única persona que la había amado de verdad, estaba enterrada allí.

Se sentó frente a la tumba y lloró. No por el golpe. No por la humillación. Lloró porque sabía que nadie vendría por ella. Nadie tocaría la puerta preguntando si estaba bien. Nadie la buscaría al amanecer.

—Gabrielle… no sé cuánto más puedo soportar —susurró.

El mármol no respondió. Pero el viento sí. Le acarició el rostro herido con una ternura que le pareció más real que cualquier gesto que hubiera recibido últimamente.

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Al regresar a casa al amanecer, su madre la esperaba en la entrada.

—¿Dónde estabas?

—Necesitaba salir.

—¿Así luces ahora? ¿Despeinada y sucia como una mendiga?

—Me golpeó.

—¡Baja la voz! —susurró Eugenia, mirando alrededor—. ¿Quieres que los empleados escuchen?

—Me golpeó. Y tú no vas a hacer nada.

—Claro que no. Te lo buscaste. Nadie provocaría a una mujer como Amara sin esperar consecuencias.

Isadora subió las escaleras tambaleándose. Sus piernas ya no la sostenían. Su cuerpo empezaba a colapsar. Pero su mente estaba más clara que nunca.

Esa noche, volvió a escribir:

“Hoy aprendí que el dolor no me mata. Solo me endurece. Esta es la primera vez. No será la última. Pero algún día, será la última vez que me tocan sin pagar el precio.”

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Días después, Amara apareció nuevamente. Esta vez, en su habitación, sin anunciarse.

—Te traje un regalo —dijo, dejando una caja sobre la cama.

Isadora no contestó.

—¿No vas a preguntar qué es?

—No me interesa.

Amara rió.

—Tienes agallas. Me gusta. Vas despertando.

—¿Para qué viniste?

Amara la miró con una expresión más seria.

—Para decirte que esto solo acaba de empezar. Que si quieres sobrevivir, debes elegir: obedecer o desaparecer. Si eliges pelear, perderás. Porque nadie va a ayudarte, Isadora. Ni tu madre, ni tu padre, ni Damián. Y definitivamente, no yo.

Se acercó, susurró junto a su oído:

—Estás sola. Y eso te hace débil.

Cuando salió, Isadora abrió la caja. Era un pañuelo de seda… con su inicial bordada.

Un mensaje claro: "Sé lo que haces. Sé lo que sientes. Y tengo el control."

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Pero esa noche, mientras el dolor la adormecía, algo cambió dentro de Isadora.

Ya no lloró.

Ya no tembló.

Solo pensó:

Si estoy sola… entonces nadie sabrá lo que haré cuando decida no ser más la víctima.

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