El aire en Santa Lucía estaba más denso.
Más espeso.
Como si el propio edificio supiera lo que se avecinaba.
Isadora lo sintió en la forma en que la guardia del turno nocturno ya no la miraba a los ojos. En cómo Nala la observaba con una mezcla de tensión y respeto. En el silencio incómodo del pabellón B. Algo iba a pasar. Y todos lo sabían. Todos… excepto ella.
El infierno no siempre comienza con fuego.
A veces, empieza con una bandeja de comida servida con una sonrisa falsa.
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Aquel día, el desayuno llegó con puntualidad.
Poco habitual en ese lugar.
Un trozo de pan. Una porción de avena. Y un jugo que olía ligeramente diferente.
Isadora lo supo al instante.
No lo bebió.
Pero la bandeja no era la verdadera amenaza. La señal fue la mirada de la interna que la sirvió. Una mujer menuda, con una cicatriz en el mentón y un tatuaje de alas rotas en el cuello. La reconoció. Estaba en la lista de las que Amara financiaba desde el exterior. Su marca era el silencio…