La ciudad estaba inquieta esa noche. Un aire denso flotaba sobre las calles iluminadas por luces de neón, como si presintieran que algo importante estaba a punto de suceder. Desde su oficina en lo alto de un edificio con ventanales panorámicos, Isadora observaba cómo la lluvia comenzaba a caer, dibujando surcos sobre el vidrio.
—Ya comenzaron a moverse —informó Nala, entrando con un expediente grueso bajo el brazo—. Damián y Amara están en el club privado Argenta. Han reservado el salón más aislado.
—Perfecto —respondió Isadora con calma, girando lentamente su silla—. Es el momento de poner en marcha el protocolo.
No hubo más palabras. Rafael activó la transmisión en tiempo real desde un dispositivo oculto dentro del club. Las voces de Amara y Damián llegaban nítidas.
—No hay margen de error —decía Amara, su voz cargada de veneno—. Esta vez no habrá milagros que la salven.
—Todo está listo —respondió Damián—. Cuando caiga, caerá para siempre.
Isadora apenas arqueó una ceja.
—Su