Las portadas digitales no tardaron ni media hora en arder. Los flashes del periodista en la sala del capítulo anterior se habían convertido en un torrente de imágenes, titulares y transmisiones en vivo. «La heredera pérdida de Liria reaparece y acorrala a sus enemigos», se repetía en redes sociales, acompañado de vídeos cortos que mostraban a Damián, Amara y los Morel con rostros petrificados.

Isadora, sin embargo, no estaba viendo nada de eso en ese momento. Sentada en la parte trasera de un coche de lujo blindado, miraba por la ventanilla cómo la ciudad pasaba a toda velocidad. Su expresión era serena, pero bajo esa calma latía una determinación feroz. Gabriel, sentado frente a ella, le observaba con esa mezcla de orgullo y precaución que solo él podía sostener.

—Sabías que iban a caer así —comentó él, rompiendo el silencio.

—No. —Ella giró la vista hacia él—. Sabía que iban a caer… pero no pensé que sería tan rápido.

La luz de un semáforo rojo tiñó sus rostros de un matiz carme