—¿Aceptarás casarte conmigo, algún día? —le preguntó el joven y apuesto cazador, pero su pretendida nuevamente declinó con la cabeza, con aquella cabeza repleta de rizos rubios— ¿Por qué no, Ricitos?
—Aún estoy muy joven y no quiero comprometerme —dijo caminando por entre las callejuelas de la pedregosa ciudad— si sigues molestándome me internaré en el Bosque Encantado.
Una anciana que pasó cerca y escuchó la amenaza de la muchacha se santiguó de inmediato. El Bosque Encantado era el habitáculo del Diablo, una espantosa plétora de monstruos y pesadillas infernales.
—No te atreverás, Ricitos de Oro —le retó el joven pretendiente e intentó a atrapar a la muchacha de la que estaba profundamente enamorado, esa joven, adolescente aún, de cabello rubio rizado,