Mundo ficciónIniciar sesiónValentina Solís había pasado treinta años de su vida evitando violencia, pero esa mujer murió en el fuego de Moscú.
La que ahora empuñaba el Glock 19 en el sótano de una casa segura en las afueras de Oslo no era la psicoterapeuta que alguna vez creyó que todas las heridas podían sanarse con palabras. Sus manos, antes suaves por años de gestos tranquilizadores hacia pacientes angustiados, ahora mostraban callos frescos de cinco días de entrenamiento brutal. Morrison observaba desde el rincón, sus ojos grises evaluando cada movimiento mientras ella vaciaba el cargador en el centro de la diana.
—Otra vez —ordenó con voz ronca—. Más rápido esta vez.
Valentina recargó con movimientos mecánicos que habrían sido impensables una semana atrás. El metal frío del arma ya no le resultaba extraño entre sus dedos.







