Siento que el aire que retenía poco a poco se drena de mis pulmones, sus ojos van directos a mis labios y se remoja los suyos.
—A la m****a todo, tengo que hacerlo —la palma de su mano hace contacto con mi mejilla y chispas saltan a nuestro alrededor.
Está a punto besarme, lo sé, lo siento.
Estás embarazada, recuérdalo, no le puedes hacer eso.
—No lo hagas —pido con voz ronca, débil e inestable.
Enzo no me escucha, solo me lleva hasta el sofá caro que estaba colocado a un costado de las paredes de la oficina. Me recuesta y él se coloca encima de mí.
—Si gritas, lo pagarás muy caro, Lea Davis.