Karma en el Amor (Amores que Renuevan 11)
Karma en el Amor (Amores que Renuevan 11)
Por: Sofía de Orellana
Capítulo 1: Los primeros errores

Miro por la ventana de mi oficina, con las manos en los bolsillos, buscando la respuesta a esa duda que he tenido desde hace años.

¿Por qué me ha ido tan mal en el amor?

Desde pequeño siempre quise ser libre, hacer lo que se me viniera en gana, pero cuando las consecuencias de hacerlo llegaban, no me gustaba para nada. De adulto fue casi lo mismo, solo que las travesuras se convirtieron en errores y las consecuencias fueron más altas que de pequeño.

Dejo salir un suspiro mientras espero a que llegue la cita de las tres, una gerente de una nueva empresa de distribución, que ofrece mejores prestaciones, además de más garantías en caso de maltrato o pérdida de los insumos.

Para eso falta un rato, pero siento que me va ganando la ansiedad de verla, porque según me dijo Agustín, yo ya la conozco… y desde hace mucho.

Y, como casi siempre que estoy así, mi mente se va al pasado, a ese en que cometí muchos errores, incluso algunos que pudieron dañar mi familia. A pesar de todo eso, ellos nunca dejaron de darme su apoyo y su amor.

Hace una década yo era un muchacho de veinte, que tenía muchos de esos amigos de parranda, pero ninguno con quien pudiera contar si me pasaba algo. Por aquella época yo era un defensor de la libertad de amar, como buen artista. Pero lo cierto era que me gustaba usar a las mujeres y luego dejarlas a un lado, porque solo eran un pasatiempo más.

Para entonces, Alex tenía sus tardes de estudio, mientras que yo me salía de casa para pasar un rato agradable, hasta que llegó mi primer tormento.

Mariela era una chica bellísima, estábamos en la misma carrera universitaria y pensábamos en que las relaciones serias eran innecesarias, era mejor el amor libre de ataduras, el sexo desenfrenado y lleno de experiencias, hasta que conocí a una mujer que nos cambiaría la vida a todos en la familia…

Hace ocho años…

Que yo me fijara en una mujer era muy raro, porque normalmente todas llegaban a mí solas, dispuestas a que pasáramos momentos agradables y luego cada quien por su lado, pero ella era diferente, porque, a pesar de que éramos iguales físicamente, sus ojos solo se fijaban en Alex.

Pude sentir por primera vez el rechazo de una mujer y eso me irritó por completo, porque no era de los que soportaba bien ese sentimiento. Crecí sintiéndome así por mi padre, que se dedicó a todos, menos a mí.

Por eso, al ver que aquella chica estaba interesada en mi hermano y él en ella, traté de separarlos para que él se diera cuenta que ella no era la indicada, pero ni siquiera eso logró que ellos se alejaran, solo se volvieron una pareja más segura y cercana. Para cuando se enfrentaron las familias, eso solo los hizo más fuertes, mi padre por primera vez le negó algo a Alex y él luchó contra esa decisión.

El hijo perfecto no lo era tanto y esa era mi oportunidad de separarlos.

No sé en qué estaba aquel día, que pensé e hice cosas que no recuerdo del todo, porque Mariela me drogó, pero ahora estoy aquí, sentado frente a un detective de la policía de investigaciones para declarar mi crimen.

—Y bien, joven… ¿en qué puedo ayudarle?

—Vengo a auto denunciarme, por intento de violación.

—Eso es muy grave, ¿sabe a las consecuencias a las que se expone?

—No, pero las que sean, estarán bien —bajo la mirada a mis manos, pensando en que Aurora y mi hermano deben estar lejos ya, en su luna de miel y nadie los molestará.

—Bien, sígame por aquí.

Las horas se vuelven eternas, para cuando mis padres llegan con la abogada de la familia, yo solo quiero quedarme aquí y pagar todo lo que les hice a mi hermano y su mujer, pero las palabras de mi padre me traen a una realidad muy diferente de la que yo creí que vivía.

—¿Por qué haces esto? Si tanto tu hermano como Aurora te perdonaron y ella decidió no denunciarte.

—Porque me lo merezco… desde pequeño fuiste severo conmigo y me enseñaste que todo lo que hiciera traería consecuencias, pero las mías no fueron suficientes.

—Hijo, si una paliza de parte de tu hermano no es suficiente consecuencia, entonces no sé qué podría serlo, ¿una paliza por parte de diez, veinte hombres en la cárcel? Puedes querer castigarte, pero yo no lo permitiré.

—Es mi decisión, no puedes ir en contra de lo que es correcto.

—Si hay alguien que tiene mejor percepción de lo que es correcto es Aurora, esa chica tiene las cosas más claras que nosotros, los mayores, y ella creyó que perdonarte y olvidar lo que pasó era lo correcto.

«Me preocupa más que sigas en contacto con la persona que te drogó, porque sería ponerte en una serie de peligros que no estoy dispuesto a aguantar.

—Por favor, no hagas que te importo —le digo poniéndome de pie y dejando salir un suspiro cansado—, todos sabemos que tu favorito es Alex.

—¿De qué estás hablando? —me dice mi padre entre molesto y decepcionado—. Yo no tengo hijos favoritos, si los tuviera sería un mal padre, ¿soy un mal padre? ¿Acaso alguna vez dejé de darte amor y lo que necesitabas? ¿Te dejé fuera de alguna actividad, me olvidé de tus cumpleaños, dejé de cuidarte cuando te enfermabas?

«Ahora podría dejarte como todo un hombre solucionar esto solo, pero estoy aquí, a las tres de la mañana, tratando de convencerte para que desistas de toda esta locura y llevarte a casa, a tu cama… y quedarme contigo para velar tu sueño.

—Ya no soy un niño —le digo con sarcasmo, pero él me toma el rostro para obligarme a verlo.

—Siempre serás mi niño, mi muchacho rebelde, al que debo ponerle más ojo que a los demás, porque no quiero que termine estrellado contra un muro en carreras clandestinas o en un hospital, por una sobredosis que alguno de sus amigos le metió en la bebida.

«De todos mis hijos, tú eres el que más me necesita ahora y eso debería demostrarte que no tengo favoritos, pero si debiera elegir a uno, sería a ti, porque es obvio que no te demostré suficiente cuánto te amo… y porque eres el único que quiso estudiar arte.

Sus ojos están aguantando las lágrimas, pero los míos no, las lágrimas me caen a raudales y sentir por primera vez que mi padre me dice directamente cuánto me ama, es un peso menos en mi alma. Me abraza con fuerza y después de mucho tiempo, me siento protegido y ruego al cielo que él se quede conmigo por muchos años más.

Llega la mañana y mi abogada me dice que estoy libre, porque no hay víctima. Aurora no respondió el teléfono y cuando llamaron a sus padres, el señor Russo negó conocerme siquiera. Luego de un buen regaño del detective y un tirón de orejas de mi madre para sacarme de allí, vamos camino a casa, subo como zombi a mi habitación, me dejo caer en la cama, cierro los ojos y solo quiero dormir hasta que mi cuerpo diga que ya estoy bien, pero unas manos cálidas me acarician la cabeza, alguien me cubre con una cobija y siento a mi padre cantar bajito para que me duerma.

Los días se va pasando, Mariela no deja de llamarme, pero no le respondo porque no quiero tener contacto con ella.

Bajo a tomar desayuno, aprovechando que es sábado y mi madre tiene el ánimo de prepararnos el desayuno. Me encargo de ordenar los cubiertos y los platos, mientras que Francesca canta una canción de moda para batir los huevos con más ritmo.

Helen llega con el ceño fruncido, regañando sola por algo y mi madre se acerca a ella para saber qué le pasa.

—Disculpe, señora, pero estoy molesta con Isabella. Debía hacer un busto para el lunes y no dijo nada, porque se le olvidó.

—Pero tiene tiempo, no te molestes con ella…

—Sí, pero debemos ir por arcilla a la tienda y yo tengo mucho que hacer aquí.

—Yo voy con ella —le digo a Helen y ella me mira extrañada—. Nana, no me mires así, que de algo sirva que estoy estudiando arte. Yo puedo ir con ella a comprar esos materiales y luego le ayudo a hacerlo.

—¿No tienes tus cosas que hacer? —me pregunta Helen con las manos en la cintura.

—Mientras yo hago lo mío, ella puede hacer lo suyo, no le haré el trabajo, solo le diré cómo debe hacerlo.

—Gracias —dice finalmente y yo solo le sonrío.

La puerta se abre y aparece Isabella con la mirada en el suelo, se nota que esta vez Hellen la regañó muy feo, me acerco a ella, me arrodillo frente a ella y sus ojitos castaños me miran asustados.

—Te invito a desayunar y luego vamos por esa arcilla, para que hagas tu tarea, yo te ayudaré.

—¿En serio? —me dice emocionada.

—Claro que sí…

No termino de hablar, porque ella me abraza fuerte y eso me causa un sentimiento especial, porque además de mi familia, nunca nadie me ha abrazado de esa manera. Se separa de mí más contenta, mira la mesa y luego busca las servilletas.

Mi madre me mira feliz, por primera vez en varios días la veo sonreír, porque mi situación la tenía bastante acongojada.

Nos sentamos todos a comer, Isabella se sienta entre mi madre y Francesca, que la están ayudando con el italiano. Me sorprende que la pequeña lo habla bastante fluido, algunas palabras no las conoce, pero en cuanto mi madre o mi hermana le enseñan a pronunciarla, ella lo hace de maravilla.

—Si sigues así, creerán que naciste en Italia —le dice Piero orgulloso.

—Yo digo que los profesores se quedarán sin trabajo —dice Fabio que es un par de años mayor que ella—. Ella habla muy lindo.

Los más grandes nos miramos sorprendidos, todos entendemos que puede ser que a mi hermano le guste la pequeña.

Luego de terminar de comer y limpiar entre todos, espero a Isabella para ir por sus materiales. Una vez en la tienda, ella busca la arcilla, mientras que yo hecho varias cosas más que necesitará para moldear, la pintura y un sinfín de cosas que necesito yo para mis trabajos.

—Joven Lorenzo, yo no tengo dinero para esas cosas, mi madre solo me dio para esto —me dice señalando el paquete de arcilla.

—Bueno, el resto es un regalo de un maestro para su alumna —le guiño un ojo y la veo sonrojarse—. Y por cierto, deja de decirme joven Lorenzo… nos llevamos solo por unos pocos años, eres como mi hermana pequeña.

—Mi mamá se enojará si te llamo así.

—Déjame a tu mamá a mí, vamos.

La tomo de la mano y vamos a la caja para pagar todas las cosas que llevamos, salimos de allí al tiempo que un par de chicas van entrando y me ven con lascivia.

—Que lindo como va de compras con su hermanita… —dice una sin quitarme la mirada de encima.

—Yo feliz me iría de la mano con él.

Niego con la cabeza, tiempo atrás habría aprovechado de pedirles su teléfono, pero ahora en verdad no me interesa. Nos subimos al auto y escuchamos una canción, Isabella se sonríe.

—¿Qué te causa tanta gracia?

—La canción, mi mamá me dice que eso se llama karma, que cuando haces algo malo o vives haciéndole daño a las personas, el karma te lo regresa el doble.

—¿Ah sí?

—Sí, y lo comprobé… un día le tiré la tarea al inodoro a uno de los chicos que me molesta en la escuela, su mamá lo regañó porque no le creyó —me detengo en el camino, la miro con los ojos abiertos y puedo ver que lo dice sin el más mínimo sentimiento de culpa—. Y ahora, yo me olvidé de la mía, pero mi mamá no solo me regañó, también me castigó sin televisión una semana.

—Isabella, eso no está bien… no debiste hacerle eso a tu compañero, si te molesta, tienes que decirle a tu madre o a un profesor.

—Mi mamá ya habló con el profesor, pero no la escuchan porque es solo la empleada de la casa —se encoge de hombros y suspira con dramatismo—. Pero no importa, un día yo seré importante y haré que los despidan, ya sabes, por eso del karma.

No sé si reír o decirle que no piense así, pero sería inútil, porque se ve la decisión en sus ojos. Lo que sí haré es darle una visita al director de la escuela, porque hay cosas que no soporto y una de ellas es que molesten a la gente que me importa, y esta pequeña perversa está dentro de ellos.

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