—¿Segura?
—¿Dudas de nuestro amor? — quedé frente a él, con las manos en mi cintura.
—Jamás — puso sus manos en mis caderas y me haló hacia sí, sentándome en su regazo—. Solo que otros harán lo imposible para separarnos.
—¿Y lo vas a permitir? ¿Vas a permitir que nos separen? Pensé que la insegura era yo.
—No, primero tendrán que matarme para que puedan separarme de ti — descansó su frente en la mía y acarició mi mejilla con suavidad—. Y aun estando muerto no dejaré de amarte nunca.
—Entonces no hagamos caso a lo que diga una señora que solo busca separarnos. No importa nadie más que nosotros — lo miré por unos segundos, antes de apoderarme de sus labios.
Desde que estuvimos en casa de mis padres no hemos vuelto a estar juntos y debo admitir que la piel me arde de deseos cada que me besa, me roza, me susurra al oído o me acerca a su cuerpo con tanta fuerza avasallante.
Tenía cientos de cosas en la cabeza, pero cuando su boca está sobre la mía y sus manos me recorren con tanta suavidad