El Rescate del Príncipe Culpable
La noche se había convertido en un campo de batalla silencioso. La noticia del inminente juicio y encarcelamiento del príncipe Calix, orquestado por Isabel, había resonado como un grito en los pasillos del castillo. Los guardias leales al Conde de Valois, con sus capas negras y sus rostros de piedra, se habían movilizado. La jaula de oro en la que vivía el príncipe se había transformado en una prisión.
En la bodega abandonada, la luz de la vela parpadeaba sobre el mapa del castillo que Gonzalo había dibujado en un trozo de cuero. Era un laberinto de pasillos, torres y túneles que solo un hombre que conocía la fortaleza desde su corazón podía haber dibujado. El plan era arriesgado, peligroso, una locura que solo la desesperación podía engendrar.
—Mis hombres crearán una distracción en la puerta principal —dijo Gonzalo, su voz era un murmullo grave y firme—. Un falso asalto de los plebeyos. Con la atención de los guardias desviada, nosotros, Conan