XLIX
El Grito del Lobo

La confesión de Silvio, un eco de verdad que se clavó en el corazón del reino, había desatado el caos en la Plaza del Mercado. La multitud, que había presenciado la revelación, estalló en un rugido de indignación. Los nobles en los palcos, con sus rostros pálidos, susurraban de asombro. Isabel, sentada en el trono, se retorcía, su furia desmedida, su plan hecho añicos.

—¡Es una mentira! ¡Una traición! —rugió Isabel, su voz un grito de desesperación.

Pero sus palabras se ahogaron en el clamor de la multitud. Conan, Orlo y Gonzalo, con Silvio a salvo, aprovecharon el caos. Conan, el lobo de las calles, se alzó en el centro de la plaza, su figura imponente, su voz un trueno que resonó en el aire.

—¡Pueblo de Veridia! —gritó Conan, su voz cargada de una pasión que venía de lo más profundo de su ser—. ¡Hemos visto la verdad! ¡Hemos visto la corrupción del Rey! ¡Hemos visto la ambición de la Princesa Isabel!

Conan levantó su hacha, el símbolo de su fuerza, de su rebelión. —
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