La Travesía de la Serpiente y el Veneno de la Reina
La boca del túnel de servicio en el ala este del castillo era una hendidura oscura en la pared de piedra, un pasaje olvidado que el tiempo y la negligencia habían convertido en una telaraña de polvo y sombras. El aire que se arremolinaba en su interior era denso y rancio, con el hedor de la piedra húmeda y la tierra compactada, un contraste violento con la brisa fresca que había dejado atrás en el pasillo. Kaida se adentró en él, el vestido de seda arrugándose a su alrededor, su ligereza contrastando con el peso de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros. La llave de bronce, un objeto pequeño y pesado, se aferraba a su mano como un ancla en la tormenta de su escape.
El túnel era angosto y claustrofóbico, una espiral de piedra que descendía en la oscuridad. Sus pies descalzos apenas rozaban el suelo, su cuerpo se movía con la cautela de una sombra, el único sonido era el de su respiración agitada y el siseo del vestido de sed