El piso estaba lleno de papeles iguales a los que Juliana le dejó. Andrew llevó los cuadernos que ella no terminó de usar del estudio al dormitorio y pasó varios días escribiendo sin parar.
En ese momento, el tiempo dejó de existir.
Siran, entre lágrimas, le dijo:
—Juliana ni siquiera quiere verte. ¿De qué sirve llenar la casa con cartas de disculpa? Deberías decírselo en persona.
Andrew reflexionó y, aunque sabía que su madre tenía razón, estaba atrapado en su propio mundo. Con los ojos rojos por el cansancio, respondió con firmeza:
—Ella lo sabrá. Si termino de escribir mil cartas, de seguro me perdonará. Tengo que ser sincero...
Su voz sonaba ronca, pero hablaba con una intensidad inusual, y sus ojos brillaban de manera extraña. De repente, se levantó, agarró el cuaderno de nuevo y, con las manos temblorosas, siguió escribiendo mientras murmuraba:
—Juliana, lo siento, ¿me perdonarás? Si lleno todos estos cuadernos, ojalá pudieras volver y darme otra oportunidad, perdóname.