Andrew colgó el teléfono sin pensar que algo anduviera mal.
Pero Callista se veía medio molesta:
—Ya casi se acaban los días en los que somos tan solo los dos... después, vamos a tener que escondernos otra vez.
Andrew la escuchó y le contestó con un tono que ya sonaba a advertencia:
—Que Juliana no note nada raro, ¿eh? Ya sabes lo que pasa si se da cuenta.
Callista parecía al borde del llanto:
—Sí, sí... ya lo dijiste mil veces.
Andrew la vio con esa cara de perrito triste, así que se inclinó un poco y trató de calmarla:
—No llores, estás embarazada, no es bueno para el bebé.
—Pero me regañaste...
—Entonces déjame darte algo. ¿Te compro un bolso? Dime cuál te gusta.
Callista levantó la cabeza, sonriendo con picardía:
—Vamos a la oficina, pero antes de llegar, hagámoslo otra vez.
Andrew no estuvo tan de acuerdo:
—Ya le dije a Juliana que voy a llegar en dos horas. No tenemos tiempo.
—Solo dile que hubo tráfico, siempre hay tráfico saliendo del aeropuerto.
Andrew miró el reloj, dudando u