Constanza
—Sí, claro, pasa —le respondo, observándola desconcertada.
Pero comprendo enseguida sus verdaderas intenciones al venir. Por la forma en que recorre la habitación con la mirada, sé que no lo hace por cortesía, sino para medir el terreno.
Quizá ya notó que, en unas cuantas horas, he provocado más en su marido que ella en toda una vida.
—¿Sucede algo, señora Davenport? —pregunto con tranquilidad, dándole mi mejor sonrisa.
Olive se gira para mirarme y me sonríe.
—Aunque a mi marido le encante que me llamen así, puedes decirme Olive. Después de todo, no estamos muy alejadas en edad.
Mientras habla, me recorre de arriba a abajo con la mirada, como si evaluara una amenaza.
—¿De verdad? Damon me dijo que tienes treinta y cinco. Yo estoy lejos de…
—Oh, perdón, creí que eras mayor —se disculpa con una sonrisa burlona—. Me refiero a que eres muy elegante, por supuesto.
—Muchas gracias —respondo con ternura, lo que parece descolocarla—. He aprendido mucho con Amelie, realmente.
—¿Y có