Manuela
Me desperté con el olor a café y una caricia en el pelo. Flávio estaba sentado al borde de la cama, acariciándome el cabello con cariño. Abrí los ojos y vi una leve sonrisa en sus labios.
—¡Buenos días, sol! —oí su voz grave y profunda, que despertó recuerdos de la noche anterior, de cuando me decía cuánto me amaba mientras me hacía suya lentamente.
—¡Buenos días, rayo de sol! —le sonreí con pereza. Se inclinó y me besó, luego me dio la taza de café.
—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó con un tono preocupado.
—Bien. La herida duele un poco, pero no es nada grave —respondí, mirando el vendaje en mi brazo.
—Mmm. Ya casi es hora del analgésico —colocó la bandeja de café en la cama—. Come.
—¿Es una orden? —reí ante su tono autoritario. Me ordenó: «Come».
—Por supuesto —sonrió, siguiéndome el juego.
—Oye, tengo que denunciar lo del móvil y bloquear la línea. Se me olvidó por completo ayer —comenté mientras bebía mi café.
—No te preocupes, ya lo hice. Tienes un poco de mermelada en la