•|2: A quien fui entregada|•

Los demonios están saliendo del infierno en busca de lo que les pertenecio alguna vez.

||••||

Al caer la medianoche, me levanté de la cama para tomar un abrigo y salir del palacio como cada noche, una vez fuera corrí hacia el bosque en busca del sitio donde todas las noches me sentaba a leer.

No les había dicho esto a mis hermanas por miedo a que alguna le informará al rey y nos castigará; pero yo hace algunos años sabía leer y había descubierto lo que éramos. Exactamente, no sabía cómo había aprendido a leer, pero lo había hecho, y con ellos aprendí a usar mi magia.

Tenía curiosidad de conocer el reino donde habitamos, y esa curiosidad me llevó a este sitio en el bosque.

Después de varios meses mi curiosidad aumentó, llevándome a conocer a esos que dicen ser nuestros enemigos, en especial aquel para quien nos preparaban. Desde las sombras los observé por semanas y fue allí cuando supe por qué éramos cinco. Nuestro destino ya estaba sellado.

Los enemigos de Gea, eran cinco. Los cuales no se llevaban para nada mal, al contrario, se reunían cada noche como buenos amigos.

El más fuerte y la cabeza del grupo por supuesto era Aidan, el más poderoso de los Demonios.

Seguido de él Bert, el único purasangre que quedaba, según ellos.

El tercero era Cédric, un hada. A simple vista parecían inofensivos, pero su sadismo te hacía entender por qué era parte de ellos.

El cuarto era Liam, quien pertenece a la raza de los Iluminados.

El quinto Klaus, líder de los Crecientes.

Desde las sombras vi sus comportamientos, pensamientos y salvajismo. Quería ver con qué clase de persona tendría que estar atada el resto de mis días. Pero mi sorpresa no fue como esperaba, tal vez sus perversiones iban más allá en ocasiones, pero no eran tan malos como llegamos a pensar mis hermanas y yo. Al menos con quien fuera que me casará sabía que no iba a hacer como estar en el infierno.

Hasta ese día nunca se habían percatado de mi presencia, puesto que siempre fui sigilosa, pero ese día no pude serlo. Y es que a lo largo de los meses que llevaba observándose nunca habían hecho algo igual. Pero la culpa fue mía, por seguirlos, y es que siempre los observaba en su cabaña, pero esa noche después de platicar entre ellos una mujer entró en el lugar.

—Señor, ya está todo listo. —la mujer tenía un vestido tan ajustado que dudaba que pudiera respirar. Algo en ella llamó mi atención enseguida en cuanto la vi, el collar que tenía en su cuello era muy extraño para mí. Al igual que el cómo ella se dirigía a ellos, era la misma forma que nosotras al rey, sin hacer contacto visual siempre con la mirada al suelo.

—Vamos. —La emoción con la que habló Bert despertó mi curiosidad insaciable. Ellos sin dudarlo se levantaron de sus asientos y salieron de aquella cabaña. Yo sin dudarlo los seguí hasta un sitio que jamás había visto.

El sitio por fuera parecía deshabitado y tenebroso a tales horas de la noche. Aidan fue el primero en entrar, por desgracia no pude ver el interior gracias a que los demás dificultaron mi vista, no me quedó de otra que esperar que entrará hasta el último, sin embargo, para mi suerte aun así no pude ver nada a pesar de que intenté ver de todas las maneras posibles.

Mi curiosidad no se saciaba he hice lo más estúpido que se me ocurrió. Me acerqué segura de mí y entré sin más.

Al estar dentro entendí por qué no podía ver nada, el lugar estaba completamente oscuro y solo al final se lograba ver una luz roja. En ese momento mi curiosidad no bajó, pero mi miedo a lo que había en ese sitio me hizo pensar dos veces antes de dar otro paso.

Pero como era de esperarse seguí adentrándome al punto con mi corazón latiendo fuerte en mi pecho, al dar unos cuantos pasos la puesta a mi espalda se cerró de golpe ocasionando que mi corazón amenazara con salir por mi boca. Por el susto corrí por el pasillo hasta llegar a la luz roja, donde me encontré con otro pasillo iluminado con luces de tonos púrpuras y rojos. Insegura seguí el pasillo hasta llegar a otra puerta la cual abrí.

Por un momento pensé que estaba en otro pasillo oscuro, pero en cuanto las luces iluminaron a las personas supe que no. Miraba el paso de todos lo que pasaba frente a mí y al instante note que las mujeres estaban vestidas y con el extraño collar igual que aquella que fue a la cabaña.

Por varios minutos contemplé el paraje, como todos bebían un extraño líquido rosa mientras se besaban y manoseaban entre ellos. El ambiente era muy relajante, caliente y excitante, como hecho para pecar.

De un momento a otro el calor aumentó de una manera preocupante, la ropa comenzó a asfixiarme, quité mi abrigo con desesperación intentando que el calor se fuera. Pero no hizo efecto, con la mirada busqué un baño.

—Hola, ¿me puedes decir donde están los baños? —Detengo a la primera mujer que encuentro.

—Por aquel pasillo. —contentas sin interés de saber que hago en ese sitio. Enseguida fui al lugar que me indico, y en él me adentre directo al lavamanos donde tomé un poco de agua en mis manos y la pasé por mi rostro y cuello. El calor parecía no detenerse y mi piel comenzó a quemar cada vez más, seguí tomando agua y restregándola por mi piel. Al sentir la desesperación aumentar me quité la camisa quedando en una más pequeña que solo cubría lo suficiente.

Me miré en el espejo y me di cuenta de que estaba roja tanto en mi rostro, como en mi piel. ¿Qué está pasando?

Mi piel ardía como si estuviera en llamas.

«Si no salgo de aquí voy a morir»

Al ver que el agua no funcionaba deje de hacerlo, mientras pensaba en que hacer mi respiración se volvió pesada, mi tráquea se comenzó a cerrar poco a poco.

—Mierda. —Con dificultad llegué a la puerta y caminé por el pasillo sosteniéndome de las paredes, las personas pasan por mi lado sin prestar la mínima atención.

Mis piernas flaquearon con cada paso que di y el calor de mi piel ardía como el infierno. Al salir del pasillo y llegar a donde estaba minutos antes, mis piernas cedieron cayendo al suelo sin fuerzas para poder levantarme de nuevo. Todos parecían tan alejados de mi situación que terminé aceptando que moriría patéticamente en ese lugar.

—¿¡Qué m****a!? —Unos pasos se escucharon en mi dirección y seguido después una figura familiar se posó frente a mí. —¿Quién eres tú? —Bert me tomó en sus brazos. Mi mirada no lograba enfocar bien a dónde me llevaba, pero pude escuchar como todos se habían detenido y se mantuvieron en un silencio sepulcral.

—¡¡Arde!! —grité en cuanto el dolor se volvió insoportable.

—Ya sé, espera. —Su voz era autoritaria como de costumbre. Mi cuerpo ardía a tal punto que creí que iba a explotar en cualquier momento.

—¡¡Aidan!! —El pelinegro llamó con desesperación. —¡Me importa una m****a si estás vestido o no! —advirtió antes de adentrarnos a una habitación que me causó más calor.

«¿Cómo es posible que me cause más?»

Bert dejó mi cuerpo en una mesa gigante.

—¡¡Esto arde mucho!! ¡¡Aaahhh!! ¡¡Haz que pare por favor!! —Le supliqué en medio de lágrimas.

—¿¡Y quien carajos es esa niña!? —rugió Aidan.

—¿¡Qué sé yo!? —escuché como Bert se movió por toda la habitación. —Espera, ya, toma esto. —Sin dejarme tomarlo por mi cuenta, el peligro me hizo tragar el líquido.

Una vez terminado de tomar el líquido, este hizo su efecto al instante. Y como si volviera a la vida logré respirar de nuevo.

Mi pecho subía y bajaba con brusquedad, mi piel poco a poco fue dejando ese tono rojo y mi temperatura volvió a su normalidad.

Cuando el alivio se instaló en mi pecho, una mirada grisácea me observó esperando alguna explicación, está se fue enseguida. Me levanté rápidamente de la mesa y mi cuerpo comenzó a temblar de pies a cabeza.

—¿Quién eres? ¿Cómo entraré? —Sus preguntas salieron como un rugido. No fui capaz de mirarlo a los ojos o a cualquiera en la habitación.

—Fue un accidente. —Sin mirarlo murmuré lo primero que se me viene a la mente.

—¿¡Qué!? —Su voz me hizo dar un respingo.

—Así no vas a lograr nada, imbécil. — lo reprendió Bert. —a ver, ¿por qué no me dices como te llamas? —su voz se suavizó de gran manera.

—Juliet, Señor. —Le dije esta vez un poco más fuerte.

—Bien Juliet, ¿y dónde vives? —su pregunta me tensó de pies a cabeza. ¿Ahora que hago? Si les decía mentiras lo descubrirían, lo había observado lo suficiente como para saber que no es bueno mentirles.

—En el pueblo.

—El pueblo está muy lejos, ¿cómo es que llegaste a este lugar? Es imposible que una humana pueda llegar aquí.

—Los seguí. —Con cada confesión sentía cada vez más presión en mi cuello. Con lentitud levanté la mirada hasta chocar con los de Aidan.

—¿Cómo qué seguirnos? —Su voz no era amenazante, puesto que su mirada se perdió en la mía.

—No era mi intención, solo me dio curiosidad saber a dónde iban. —Sus ojos no dejaron de mirar los míos. Con el tiempo me di cuenta de ese efecto magnético que desprendemos mis hermanas y yo. Una vez nos miran más de lo debido entran en un trance en el cual no pueden salir por voluntad propia. —Tengo que irme, mis hermanas deben estar preocupadas.

Desvíe la mirada, ya que él no lo haría, al bajar de la mesa me percate de que no llevaba nada más que una pequeña camisa.

—No te vas hasta que expliques qué hacías espiándonos. —Mi mirada volvió a la de Aidan y con toda la seguridad que pude reunir lo encare.

—Señor Aidan, por más que quiera no puedo explicarle nada, si lo hago solo me condenará a la ejecución. Pero una cosa si le puedo jurar, y es que nadie me mandó a espiar, nada más tenía curiosidad de conocer a los seres que según nuestro rey son nuestros enemigos. Eso es todo. —Solté cada palabra con sinceridad y sosteniendo su mirada acusatoria. —Solamente piénselo, si alguien me hubiera mandado y quisiera información, sería lo suficientemente inteligente como para saber que entrar en este lugar me mataría. —En su mirada logré ver como debatía si creer o no.

—Tiene razón, todos los que nos conocen y saben de este sitio están informados que ningún mortal puede entrar y salir vivo. Afrodita solamente está creado para inmortales.

*****

Luego de que Bert me diera la razón, logré salir ilesa y llegar al palacio antes de que alguno se percatara de mi salida.

Después de ese día no pude ver a Aidan otra vez, tenía miedo de ser atrapada de nuevo por lo que no me arriesgué más.

Por suerte el rey sí cumplió su palabra y con el pasar de los meses mis hermanas aprendieron mucho. Al pasar un año desde la última vez que había salido del palacio a escondida, decidí arriesgarme de nuevo.

Esa noche conocí aún adolescente purasangre, cualquier otra persona hubiera corrido a pedir ayuda al ver como mataba aquel hombre inocente.

Pero la muerte de aquel hombre no me importó en lo más mínimo, y el dolor que vi en los ojos de aquel purasangre me llevó a mentirle respecto al hombre que ni sabía su nombre. No me gustó el dolor que sentí dentro de él, quería ayudarlo a no sentirse tan solo.

Por meses logré mi cometido, cada noche me volví a escapar únicamente para platicar con él. Me gustaba estar cerca de Damián, su compañía se sentía bien.

Pero todo lo bonito acaba rápido, puesto que una noche simplemente dejó de venir. Y no quise ser lo suficientemente sensata como para pensar que él tenía un motivo para no volver.

Mi corazón estaba tan roto que no quise darle vueltas al asunto, simplemente lo dejé pasar, o eso pretendía.

Por más que quisiera ser fuerte cada noche terminaba llorando sin razón alguna, no lo entendía, él era un simple extraño que no tenía importancia en mi vida.

Pero que aun así lloraba por volverlo a ver y sentir ese hormigueo constante en mi estómago cada que su mirada chocaba con la mía o sus labios rozaban con los míos.

Con el tiempo me sentía cada vez más patética, ¿Cómo no lo supero si ya han pasado tres años? Simplemente, era patética la manera en que no quería dejar mi mente.

Ni siquiera porque al fin había llegado el día que tanto nos habían preparado, mi mente no dejaba de estar en aquellos recuerdos tan vivos.

Ese día fue peor que cualquier, al menos para mí lo fue. Las mujeres a nuestro cargo nos arreglaron como nunca, en el maquillaje y peinado cada una tenía uno distinto, pero la vestimenta era la misma, un vestido blanco muy recatado.

En cuanto estuvimos listas nos llevaron a una sala donde se encontraba el rey, para ese momento esperaba que todo acabara rápido.

—Niñas, pueden levantar la mirada. — la orden del rey fue acatada en seguida por todas, pero aun así mantuve mi mirada en todos lados menos en los de él. Algo me decía que si lo ignoraba no me elegiría.

—¿Cómo se llama la pelirroja? — Al escuchar la pregunta de Aidan supe que no funcionó el ignorarlo.

—Juliet. — Respondió el rey. —Juliet da un paso adelante, por favor.

Luego de que ese día me eligiera como su esposa, no lo volví a ver hasta tres días después que fue nuestra boda.

—Estás preciosa. —los halagos de la mujer que me ayudaba con mi vestido de bodas, solo me enojaba más. ¿Por qué no eligió a una de mis hermanas? Sonaba egoísta de mi parte pensar en eso, pero no me importaba, yo no quería aquel hombre que me había elegido como un objeto y me trataría como tal el resto de mi vida.

El camino al altar fue lo más doloroso emocionalmente que experimente hasta entonces, mis hermanas no estaban por obvias razones y todos en el lugar eran unos completos desconocidos para mí. En todo momento esperé fielmente que aquel adolescente purasangre apareciera y me salvará de mi destino. Era patético de mi parte pensar en eso, lo sabía, pero lo deseaba con todo el corazón.

Mis esperanzas de huir de mi destino se destrozaron en cuanto él puso el anillo que me ataba a él de por vida. Todo el dolor que sentía lo contuve, por largas horas. Hasta que me llevó con él a donde sería mi hogar, una vez dentro corrí al baño, no detalle nada, no vi nada, mi vista estaba borrosa de todas las lágrimas que contenía.

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