Insufrible
Insufrible
Por: Yosemith gs
•|1: Origen|•

Sus ojos son letales, su cuerpo hipnotizante, sus labios la lascivia pura y su tacto las llamas del deseo.

||••||

Juliet.

Destino: algo a lo que todos buscamos huir, en algún momento de nuestras vidas. Porque la vida no es justa, ni hermosa como nos lo hacen creer.

El destino no es algo que puedes moldear a tu gusto, porque lo que ya está escrito incluso antes de nuestro nacimiento es imposible de cambiar...

Mi propósito en Gea siempre fue casarme con uno de los enemigos del rey, para tener un acuerdo de paz. Puesto que ellos nos superan en todo, podían acabar con nosotros en cuestión de minutos.

Yo era una bruja muy fuerte, pero aun así no era ni la mitad de fuerte que ellos. Nuestros dioses no solo nos habían dotado de mucho poder, sino que también nos dieron un pecado; la lujuria brotaba como un imán para quien nos vieran más de lo debido.

Los dioses sabían bien la debilidad de todas las criaturas, el deseo carnal era algo que ningún ser sobre la faz de la tierra podía resistirse.

En especial Aidan, el que tal vez iba a ser mi futuro esposo. Quien era el mayor enemigo de nuestro reino.

Cada una de nosotras fuimos criadas con un propósito, complacer al enemigo. No sabíamos quién podía ser la elegida, el rey tenía como primer objetivo entregar a una de nosotras a Aidan, luego a las otras cuatro haría lo mismo con los demás.

El rey sabía de nuestra llegada, por lo que antes de nacer encerraron a nuestras madres en el palacio para evitar que nos pasara cualquier peligro. Las cinco nacimos el mismo día casi a la misma hora.

Por desgracia nuestras madres murieron en el parto, o al menos eso dice el rey. En consecuencia, crecimos encerradas en el palacio vigiladas por humanas que nos enseñaron cómo debíamos comportarnos, como ser sumisas y complacerá a nuestros futuros esposos.

Las cinco éramos muy diferentes tanto en apariencia como en personalidad. Pero nos consideramos hermanas.

Delia era la mayor, sus ojos negros desprendían siempre un dominio sobre nosotras, por lo tanto, era la que tenía siempre el control. Su cabello rosa intenso lo tenía hasta sus hombros, el contraste con el color de sus ojos negros era increíble. Su piel dorada parecía dar la apariencia de estar bronceada siempre como el resto, era lo único en lo que nos logramos parecer.

Venus era la segunda, un poco menos rígida que Delia; ella dos eran bastantes unidas más que con el resto, sus ojos dorados siempre tenía un brillo socarrón muy característico de ella. Su cabello era de un tono verde que le llegaba hasta los senos.

Irene era la tercera, un poco más alejada del resto; siempre parecía estar en su propio mundo, pero en cuanto sus ojos Zafiros se cruzaban con los míos era como si pudiera ver lo que pensaban de ella. Su rostro siempre daba la impresión de estar ingeniando un plan para matar a todos, su cabello era rizado de un tono morado que le llegaba hasta la mandíbula.

Diana era la cuarta y la única que tenía una personalidad más alegre, su positivismo era muy contagioso al igual que su personalidad, era como un torbellino de alegría. Sus ojos rojos tenían siempre un brillo burlesco que te hacía creer que no te tomaba en serio cuando le hablabas. Su cabello era negro con unos mechones blancos y un flequillo que daba una aparecía muy adorable.

Y por último está yo, Juliet. Quien siempre me comportaba excelente ante mis hermanas, y la cual era la más sumisa de todas ante las mujeres que nos cuidaban. Al menos hasta que era la hora de dormir y me escapaba a ver las calles de Gea y el bosque.

Para nosotras era normal estar encerradas y ser un intercambio, puesto que cuando no conoces nada más que para lo que te preparan, lo terminas aceptando... Sin embargo, un día esa aceptación acabó.

Cuando cumplimos trece años estábamos hastiadas de nada más aprender modales y sumisión en consecuencia terminamos rogándole al rey que nos dejara aprender a leer por lo menos, pero por desgracia se negó rotundamente.

—Majestad, solo es para aprender un poco más y no estar sin nada más que hacer. — Mi hermana mayor era la que hablaba, mientras nosotras con la cabeza agachada escuchábamos las súplicas de Delia al rey.

—Ya dejé mi decisión clara y no la pienso cambiar. —Su tono era duro, cada que hablaba ese hombre únicamente ganaba nuestro desprecio. Por el rabillo del ojo logré ver como Irene levantó molesta la cabeza y sus ojos penetrantes fueron directo a los del rey y tal como ocurría entre nosotras su mirada escarbaba hasta el fondo de su alma.

—Pero... ¿Qué? —Sus ojos se abrieron de par en par estupefacta. Delia al notar la situación tomó a Irene de la mano y nos obligó a seguirla, pero antes de salir miré por última vez al rey quien parecía en un trance. En la sala no había nadie más que nosotras dado que estaba prohibido vernos.

—Chicas esperen. —las detuve. Todas se voltearon a verme.

—¿Por qué? —Delia fue la única en cuestionar.

—Miren. —Sus ojos fueron en dirección a donde apuntaba con mi dedo.

—¿¡Qué hiciste Irene!? —todas fueron aterradas a verlo de cerca.

—No responde. —Diana movió su cabeza de un lado al otro, pero nada ocurrió. No sabía exactamente qué le ocurrió a mi cuerpo en ese momento, pero dejé que avanzará hasta quedar frente a él.

—Que vas a hacer. —por primera vez escuchaba algo más que frialdad en la voz de Irene.

—No lo sé. —Confesé, coloque mis pequeñas manos en su cabello castaño lleno de canas.

—¡Despierta! —cómo por arte de magia reaccionó.

—¿¡Cómo hiciste eso Juliet!? —Chillaron todas al mismo tiempo.

—¡Que no lo sé! —me voltearon a verlas.

—¿Cómo que no sabes? —Preguntaron al unísono. Me encogí de hombros, sin saber qué responder.

—No importa, lo importante es que ya reaccionó. —Intente calmarla.

—Si, pero aún no dice nada, mira. — Mi mirada volvió al hombre. ¿Y ahora qué? Una idea cruzó por mi cabeza.

—Delia, vuelve a decirle que nos deje aprender a leer. —Le susurré.

—¿Estás loca? Si ya dijo que no Juliet. —Me miró como si estuviera loca.

—Solo, hazlo. —Le supliqué.

—Está bien. —me aparté junto a mis hermanas para dejar de nuevo a Delia al frente.

—Señor, nosotras nunca le pedimos nada y usted lo sabe, pero hoy hemos venido a perderle algo por primera vez. —Empezó a decir el discurso que llevaba meses practicando y que minutos antes él había interrumpido con un rotundo no. —Le pedimos y rogamos señor, que por favor nos permita aprender a leer.

La mira de aquel hombre cruel, dejó de ver a la nada para centrar su mira en mi hermana mayor.

—Por supuesto, mañana traerán a algunos maestros para ustedes. —Nuestras mandíbulas casi cayeron al suelo de lo asombrada que estamos de lo que había dicho. —Si no tienen nada más que decir largo, tengo cosas que hacer.

Todas asentimiento frenéticamente.

—¡Ya! Antes de que me arrepienta. —Su orden fue acatada por todas, salimos casi corriendo de aquel lugar para dirigirnos a nuestros aposentos.

—Qué fue eso. —Todas esperaban una respuesta de mi parte.

—¡Que no lo sé! —no sabía cómo explicar lo ocurrido.

—¡Es hora de dormir! —Todas nos sobresaltamos al escuchar la voz de la mujer que nos cuidaba. Pará no levantar sospecha todas fuimos a nuestras respectivas camas, sin embargo, las miradas de mis hermanas estaba claro que esa conversación no se quedaría así.

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