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Me acarició con suavidad el hombro desnudo. La complicidad entre nosotros y la forma en la que habíamos aprendido a llevar nuestro contexto era asombrosa. No solo por el hecho de que Jan hubiera decidido abandonar su manada.

Sino también por lo que yo era. Una loba. Más o menos. Una que tenía tendencia a alimentarse de él cuando practicábamos el sexo.

Esa última parte su padre la desconocía.

Me avergonzaba de ese instinto mío. De la posibilidad de que fuera una híbrida. Mitad lobo. Mitad vampiro.

—Me encanta acabar el día con un mordisco de estos ―ronroneó antes de besar la punta de mi nariz. Se hizo a un lado y me arrastró para que colocara mi cabeza sobre su ancho pecho—. Aunque no sé si me gusta más acabar así el día o empezarlo. Eso y los mordisquitos de antes de la siesta, esos también están bien. Y l

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