4 "¿Es un Príncipe?

¡Estoy aquí contra mi voluntad! Si no es un secuestro ¿Qué rayos es?

Te salvé de una banda de asaltantes del desierto. Si supieras lo que hacen con las mujeres que encuentran, ahora mismo estarías besándome los pies por haberte librado de esa situación. Así que tienes mucho que agradecerme y pensándolo bien sería mucho mejor que no te limitaras a los pies. – Sonrió burlonamente.

¿Es esto un harén? – Preguntó tratando de controlarse.

¿No?

Eso fue lo que dije.

Pero dijiste qué…

Que era mi harén del desierto – terminó la frase por ella – Sí. pero he despedido a todos aquellos que no necesito, por ahora tú me bastarás – Rió al ver como Gabriela abría los ojos.

Será una violación – Dijo ella retrocediendo de nuevo ya que por un momento se había detenido lo mismo que él.

Claro que no.

Cuando una mujer no consiente, lo es.

Tú consentirás – le dijo riendo.

Eso está por verse.

Exactamente…

¿Señorita? ¡Señorita! – Una voz que provenía de cerca pero que la sentía muy lejos, sacó a Gabriela de sus fatídicos recuerdos.

¿Sí? – pestañeó enfocando a quien le hablaba.

Su teléfono está sonando – Le dijo una camarera.

Gracias – Tomó su móvil y se percató que tenía ya una llamada perdida, enseguida sonó de nuevo y con el mismo aire distraído contestó.

¿Gabriela? – Oyó la voz vacilante al otro lado de la línea.

Sí, madre soy yo. – Respondió suspirando.

Tienes que venir – La voz de su madre sonaba nerviosa y por fin ella captó el tono.

¿Qué sucede?

Todo el mundo te busca por todo el edificio.

Tenía que salir de allí.

Lo entiendo cariño, pero ahora es necesario que vengas.

¿Podrías decirme que es tan urgente?

Él esta aquí – Dijo al fin su madre.

¿Él? – Preguntó sin entender.

Sí… Él. – Repitió su madre sin aclarar nada.

¿Podrías ser más especifica?

Tu esposo está aquí – siseó Sascha. A Gabriela se le fue el color de la cara.

¡Maldición!

¡Ven enseguida!

Eso haré. – Aunque en realidad lo que quería era tomar el primer avión rumbo a Alaska. Colgó, pagó la cuenta y con pasos temblorosos se dirigió a la salida. Una imponente camioneta negra estaba aparcada en el pequeño estacionamiento del café. En cuanto ella salió, una puerta de la camioneta se abrió y salió un hombre enorme que le sonrió.

Hola Abdul – Esbozó una sonrisa irónica.

Señora – Dijo el hombre haciendo una reverencia que provocó la mirada de algunos curiosos.

¡No hagas eso! - Se apresuró a decirle ella - ¿Debo preguntar que haces aquí?

Su Alteza ha venido por usted.

Así que su Alteza eh, Maldito sea – Murmuró ella y Abdul fingió no escuchar – Vamos. No tengo por que retrasar esto un día más.

Mientras la camioneta recorría el corto trayecto al edificio donde la aguardaba León, sentía la tensión acrecentarse en todo su cuerpo ¿Podría enfrentarlo? De pronto sintió la absurda necesidad de abrir la puerta y salir aun estando en movimiento el vehículo. Se obligó a respirar profundamente. Ella era otra. Él había logrado ese cambio, ya no era la misma mujer confiada y despreocupada. Pero ahora, sobre todo, más que nunca podía enfrentarse a él.

Aunque claro, no había demasiadas opciones para no hacerlo. Estaba en juego la empresa de la familia y su propio bienestar emocional. Su corazón ya no tenía salvación, pero si finiquitaba ese asunto con León sería el camino a su recuperación.

Gabriela bajó de la camioneta con piernas temblorosas. Hacía seis meses que no lo veía, seis meses que intentaba no pensar en él y también que fallaba inútilmente. Al entrar al vestíbulo se dio cuenta que nadie trabajaba como debería ser. Muchos curiosos cuchicheaban acerca del recién llegado que al parecer había hecho una entrada espectacular a juzgar la conversación de dos ociosas recepcionistas.

¡Es tan hermoso! – Lo alababa una de ellas con un suspiro.

¿Has visto que sensual es? ¡Ese hombre ha de ser tremendo en la cama! – Añadía entre risas excitadas la otra.

¿No deberían estar pendientes de los teléfonos? – Increpó Gaby algo molesta por la breve conversación de las mujeres. Los teléfonos sonaban y esas dos estaban en otro mundo, no era molestia por que estuvieran embobadas con León, no, era porque no cumplían con su trabajo.

Las dos chicas se pusieron rojas y enseguida atendieron los teléfonos disculpándose con ella.

¿Qué es esto? ¿Un maldito circo? – Preguntó elevando la voz y dirigiéndose a los empleados que había en el vestíbulo. Todos se giraron sorprendidos a mirarla. Ella no era así, todo el mundo sabía que era de carácter fuerte pero que jamás había tratado mal a un empleado, era justa, amable y bondadosa. No pasaba por alto las faltas graves, pero siempre lo hacía con un alto sentido de la justicia. En resumen, a ella no era fácil verla molesta o enojada como lo estaba ahora, al menos no con los empleados. En las juntas directivas era sabido que defendía su postura con uñas y dientes, pero jamás se desquitaba con quienes no tuvieran nada que ver con el motivo de su enojo. Y ella ahora estaba tensa, enojada y no podía evitar sentirse a punto de explotar. Encontrárselos allí sin nada que hacer más que comentar sobre el hombre que la alteraba a grados indecibles la enfurecía. Todos los empleados empezaron caminar apresuradamente hacia sus puestos de trabajo y por un momento se sintió culpable.

Entró al ascensor privado que sólo usaban los altos mandos y los dueños de la compañía, es decir su familia y oprimió el botón que la dejaría en el piso donde estaba la sala de juntas que era dónde imaginaba estaba León. De pensarlo se le revolvió el estomago, puso su frente sobre la pared recubierta de fina madera del ascensor en un intento de controlarse. Demasiado pronto llegó al piso indicado y salió con paso poco firme, no podía enfrentarse a él en ese estado ¿Qué rayos le pasaba? ¿Por qué de pronto se iba al garete toda su famosa y conocida fuerza de carácter? Tenía que hacer una parada antes de verlo, se escabulló al baño y al ver su reflejo en el espejo se enfureció con ella misma, porque lo que ella era no tenía nada que ver con esa cara de conejillo asustado y temeroso. Con la ira aflorando y viniendo en su ayuda, se retocó rápidamente el maquillaje y se compuso el pelo, no quería impresionarlo, pero tampoco se presentaría en fachas. Estaba muy lejos de estar en fachas, pero Gabriela también estaba lejos de pensar con objetividad.

Tú puedes hacerlo – Le dijo a su reflejo. – Ve y acaba con esto de una buena vez por todas.

 Al salir preguntó a la recepcionista de ese piso:

Cristina ¿Hace mucho que esperan por mí?

Como media hora, señorita. El hombre más impresionante que he visto en mi vida la aguarda en la sala de juntas – Añadió con evidente tono de colegiala ¿Qué les pasaba a las recepcionistas ese día? Ignorando el gesto de fastidio de su Jefa, prosiguió: - No querrá que le pase llamadas ¿verdad?

¿Por qué habría de no querer que me pases llamadas? – Dijo con tono helado, si estuviera en sus cabales admitiría que debía prohibir que le pasaran llamadas pues estaría tratando un asunto sumamente importante, pero el tono de Cristina sugería que se encerraría a tener una orgía y eso la molestó, no porque León fuera un hombre que quitaba el aliento, ella saltaría encima de él a la menor oportunidad. Un pensamiento acorde con esa idea asaltó su mente y la hizo remontarse a esas apasionadas noches a su lado en los que toda inhibición o timidez las había lanzado al viento, sólo de pensarlo se acaloró. – Pásame las llamadas, pero solo las absolutamente necesarias.

Por supuesto. – Le dijo Cristina lanzándole una mirada de abierta envidia que alcanzó a ver y que solo sirvió para irritarla. Se detuvo y la joven compuso el gesto con rapidez.

¿Quiénes más están en la habitación? – Preguntó deseosa de escuchar que estaba lleno de gente y haciendo caso omiso a esos gestos.

Nadie más señorita Kensington. – Y otro brillo de envidia afloró a los ojos pardos de Cristina.

Avisa a mi padre que me reuniré con Su Alteza.

¿Es un Príncipe? - Preguntó emocionada, con la boca abierta y un brillo de emoción intensa en la mirada. Todo al mismo tiempo.

Sí, pero no el de mis sueños – Le aseguró sintiéndose una hipócrita por decirlo. Pero la recepcionista ya no escuchaba nada y notó que observaba hacia la nada como si estuviera drogada o algo así. El efecto “León” ya estaba en todo su esplendor en la ilusa chica. Negándose a perder más tiempo apretó el paso y avanzó por el piso de mármol blanco impoluto. Llegó a la puerta de dos hojas y abrió sin darse oportunidad de salir corriendo. La espalda más masculina y sensual que ella consideraba había visto en su vida fue lo primero que vio. Él estaba frente a los ventanales observando las vistas que había desde allí de Milán. Enfundado en un traje color beige, casi sintió dolor físico al verlo de nuevo o más bien al verle la espalda y ese maravilloso trasero. Él se giró consciente desde el primer momento de su presencia y la taladró con esos ojos ambarinos y como siempre que lo veía se olvidó de respirar, se quedó muy quieta observándolo y paseó su mirada sin poder evitarlo por todo su cuerpo, empezando desde los pies que iban elegantemente en unos zapatos hechos a mano, pasando por sus poderosas piernas, siguiendo por la entrepierna que la hizo ponerse a sudar y luego ese musculoso torso hasta llegar a su rostro, descubriendo que él la había sometido a la misma inspección que ella había hecho de su cuerpo.

Gabriela… - Le dijo con esa voz aterciopelada y enseguida sintió que se erizó toda.

León… - Contestó con voz baja y controlada - ¿O debo decir Su Alteza? – Añadió con todo el sarcasmo del que fue capaz. Dadas las circunstancias lo quería todo lo lejos posible, la estaba afectando demasiado. Era el único que podía ponerla en un estado de furia y excitación sensual todo al mismo tiempo. Quizás refugiarse en la furia fuera la mejor opción en esos momentos.

Tú puedes llamarme de la manera que quieras. – Le dijo atravesándola con una mirada cargada de significado y ella casi tragó saliva para quitar el nudo que se le había hecho en la garganta, ella le había llamado de muchas maneras cuando hacían el amor… sexo, se corrigió mentalmente.

El caso es que no sé ni quien eres… ¿León? ¿Asad? ¿Jeque o Príncipe? - Dijo apresuradamente pero sin dejar de añadir cinismo.

¿Por qué te fuiste? – Preguntó sin más preámbulos y acercándose a ella. Sin pensarlo dos veces Gabriela levantó el rostro en claro gesto de desafío.

Quédate donde estás. – Trató de que sonara como una dura advertencia.

¿Por qué? – La ignoró y continuó su camino hacia ella.

¿Qué es lo que quieres?

A ti. – Quedó a pocos centímetros. Ser alta en ese momento le pareció una ligera ventaja, con los tacones quedaba unos centímetros menos que él, no tenía que levantar tanto el rostro para verlo. Aunque eso no suponía ventaja alguna y menos teniéndolo tan cerca. Reconoció la fragancia que usaba y el aroma la inundó, los recuerdos se agolparon en su mente y se obligó a no acercarse a él para sentirlo mejor, para tocarlo, para fundirse con él en un beso y algo más. Sintió pánico al reconocer los claros síntomas que le indicaban que aún tenía un largo camino por recorrer si quería olvidarse de León ¿Olvidarlo? Uno no olvidaba a un hombre como él admitió, pero se esforzaría para que no le afectara tanto, para pasar página y sacarlo de su sistema. – Mírame – Le dijo con firmeza.

¿Es una orden?

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