Un nuevo hogar

La brisa fría besa mis mejillas y hace a mi cabello volar con libertad fuera del auto. Una canción de John Lennon suena en la radio y mi padre la tararea en voz baja a mi lado; a pesar de las circunstancias, este momento es perfecto.

Los viajes en auto siempre me han resultado tranquilizantes a diferencia de lo que mucha gente pueda pensar; ver el camino pasar como un borrón frente a mis ojos y los distintos escenarios aparecer frente a mi como la portada de un libro tentándome a que me adentre en ellos, me resulta cautivador. Este viaje ha durado un poco más de cinco horas desde que abandonamos Manhattan, y sé que aún nos falta un largo camino por delante para llegar a nuestro destino.

Mis manos aferran con fuerza el papel que he estado sosteniendo desde que subimos al auto: lo desdoblo y me dispongo a leerlo por enésima vez.

River Fleur - Academia de Arte, cultura y deporte. Esta es, como su nombre lo dice, una modesta escuela de arte; se encuentra ubicada en un minúsculo pueblo al sur del país llamado River’Hills, en la olvidada West Virginia. El lugar no tiene más de 4000 habitantes, dos semáforos, una biblioteca, una escuela preparatoria, una iglesia y una estación de policía, listo. El resto no son más que pequeñas tiendas de víveres, ropa y entretenimiento; el hospital más cercano se encuentra en la ciudad vecina de Martinsburg.

Averigüe todo esto en Internet antes de decirle a mi padre que quería venir a vivir al otro lado del país y estudiar fotografía en este lugar. La Academia fue fundada por Jean Pier Laver, un francés ex director de una orquesta filarmónica en París, que ahora mismo se encuentra jubilado y pasando sus últimos años en un pueblo olvidado por Dios junto a su esposo, donde para mi suerte han decidido abrir hace cinco años La Academia de arte, cultura y deporte: River Fleur.

Pese a todo, mi padre lo entendió. Él más que nadie sabe que necesitaba salir de Manhattan, no habría podido soportar un semestre más en ese lugar donde todo me recuerda a él. Donde los monstruos continúan bajo mi cama esperando que me distraiga para atacarme; simplemente me habría destruido.

Hace seis meses terminé la escuela preparatoria y hace un año desde que él murió. Desde entonces nada volvió a ser como antes: mi madre ya no está, mi padre ya no pinta, o al menos no como antes, y yo, yo estoy agotada. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que capturé algo con mi cámara ¿Irónico, no creen? Venir hasta el otro lado del país para estudiar fotografía y no ser capaz de capturar nada en el lente.

―Me encanta esta canción. ―La voz de mi padre me hace girar mi rostro hacia él.

Tiene el cabello oscuro recogido en una coleta baja, y sus dedos están tamborileando al ritmo de la música sobre el manubrio del auto. Al notar mi mirada, gira por un momento sus ojos hacia mí antes de sonreír y volver a mirar la carretera. Mi padre es ese hombre que toda persona quisiera tener como papá, es un amigo, cómplice y excelente consejero. Es lo mejor de mi vida; lo único que me queda.

Estiro mi mano hasta la radio de la camioneta y le subo volumen a la canción; él me mira con sus grandes ojos verdes tan iguales a los míos que ahora se ven opacados por una bruma de tristeza que logra disimular bastante bien y me regala una gran sonrisa antes de que ambos comencemos a cantar a todo pulmón en el vehículo. La música puede ser un muy buen remedio para el dolor, eso y la pintura han sido el pilar de papá este último año, aunque me gusta pensar que yo también lo soy.

El resto del viaje se ha pasado entre canto, risas y una que otra parada para ir al baño o buscar alimento; después de unas horas más, el sueño y el cansancio me golpean de frente, y justo cuando mis ojos se comienzan a cerrar, logro ver a lo lejos un letrero en donde se lee "Bienvenidos a River Hill's".

No sé cuánto tiempo pasa desde que caigo presa del sueño, hasta cuando siento las manos de mi padre moverme gentilmente los hombros ¿Les ha pasado alguna vez que mientras están soñando sienten todo lo que sucede a su alrededor? Bueno, yo me encuentro justamente así. Lentamente voy abriendo los ojos, y un enorme bostezo se escapa de mis labios antes que pueda evitarlo.

―Hemos llegado, cariño. ―Papá me sonríe desde la puerta del carro. La mantiene abierta para que salga y cuando lo hago, es imposible no notar la mirada nerviosa en sus ojos.

Este es el comienzo de una nueva vida, una mucho más reducida de la que teníamos antes. Una vida solo de dos. Trato de darle mi mejor sonrisa para tranquilizarlo y de un salto salgo del vehículo, lo cual no es muy buena idea, pues todos los músculos de mi cuerpo gritan en protesta por las ocho horas que llevo metida en el auto; dudo que en este pueblo pueda encontrar un lugar donde hacerme un masaje. Arrugo la cara lo menos que puedo y dirijo la mirada hacia la casa, o más bien debería decir la casona que me da la bienvenida. Bueno, tal vez esta vida no va a ser tan reducida como creía.

―Y bien―dice mi padre balanceándose en sus pies, lo que me demuestra que se encuentra nervioso―. ¿Qué te parece?

Sigo con la mirada fija en la casa. Tiene un estilo rústico de cabaña, que la hace ver chic y acogedora al mismo tiempo; es toda de madera, con un porche inmenso en la entrada y un hermoso jardín que cubre la parte delantera. Tiene dos plantas y lo que parece ser un altillo. Las ventanas del primer nivel van del piso al techo totalmente en vidrio, lo que hace me hace pensar por un microsegundo en cómo los rayos del sol deben iluminar el lugar por las mañanas, eso debe ser una gran vista, una excelente fotografía.

Un carraspeo a mi espalda me hace despertar de mi sopor y me doy cuenta que aún no he contestado la pregunta de mi padre; giro y me encuentro con su mirada ansiosa.

―Parece una cabaña― Digo, volviendo a dirigir la mirada hacia la casa ― Una muy linda.

― ¿Eso quiere decir que te gusta? 

Le doy una sonrisa con todos los dientes y me acerco hasta donde él está para tomar su mano.

―Eso quiere decir que me encanta.

Puedo notar como todo su rostro se ilumina y aprieta mi mano en un gesto cariñoso. Ambos nos quedamos en silencio por un momento, solo observando lo que será nuestro nuevo hogar. Por un instante puedo sentir una punzada de dolor y arrepentimiento atravesarme el pecho al notar que aquí no hay nada que me recuerde a él, que lo he dejado todo atrás, a miles de kilómetros de distancia. Todo quedó atrás.

El sonido de una bocina resuena a nuestras espaldas, y nos giramos para ver el camión de la mudanza que venía tras nosotros parqueando frente de la casa.

                                                                ~~~***~~~

Siento el sudor pegado a mi piel y el sol golpeando mi rostro mientras termino de bajar las últimas cajas que quedaban en la camioneta para llevarla hasta mi nueva habitación; la blusa que traía se ha adherido por completo a mi piel y en estos momentos estoy extrañando el clima de Manhattan, West Virginia en verano es un infierno.

Cuando consigo llevar todas las cajas hasta mi habitación en la segunda planta de la casa, dejo caer mi cuerpo adolorido sobre la cama sintiendo la espalda sudada. El viento que entra por la ventana besa mi piel haciendo que sienta el rostro frío debido al sudor. Los brazos me tiemblan por la fuerza que he realizado y las piernas las siento como si tuviera dos yunques amarrados al cuerpo. Puede ser que tal vez necesite hacer un poco de ejercicio.

Me incorporo con pesadez paseando la vista por el reguero de cajas a mi alrededor, alcanzo la más cercana y al abrirla, cientos de instantáneas me dan la bienvenida de inmediato, algunas son de mis amigos de la preparatoria, pero la mayoría son de él; de Davis.

Él era todo lo opuesto a mí: extrovertido, decidido y arriesgado. Era de esas personas que podrían convencerte de hacer cualquier cosa y tú lo harías sin rechistar; yo por otro lado nunca he sido muy dada con las palabras, parezco nunca encontrar las indicadas y ciertamente la paciencia no ha sido mi don predilecto, por eso cuando se trata de personas siempre he preferido las que están en los libros.

Por esas diferencias éramos perfectos juntos.

Sigo sacando fotografías y esparciéndolas por toda la cama cuando siento el golpe suave en la puerta de la habitación, antes de ver el rostro de papá aparecer en el umbral.

―La cena está lista cariño― Me dice, observando el desastre que es ahora mismo mi cuarto―Puedes terminar de ordenar después.

Vuelvo a meter todas las instantáneas en la caja y con más esfuerzo del que debería me levanto de la cama para bajar hasta la sala. El olor a pizza llega a mis fosas nasales antes de que pueda verla.

Una enorme caja de pizza me espera sobre la mesa de la cocina, realmente no sé cómo consiguió el número de una pizzería tan pronto.

―Uno de los chicos de la mudanza me pasó el número ―dice mi padre como si pudiera leerme los pensamientos.

Una sonrisa va tomando forma en mi rostro antes de tomar un trozo de pizza y acercarlo a mi boca. Es de pepperoni con queso, mi preferida.

―Es bueno saber que sigues manteniendo tus encantos ―bromeo, elevando mis cejas y dando un gran mordisco a la pizza. ¡Está deliciosa!

Mi padre deja salir una carcajada que hace que el corazón me de un brinco en el pecho ― Hace mucho que no lo escucho reír así― antes de poder decir algo, el sonido de una bocina seguido de risas y gritos inunda la casa.

Cruzo una mirada veloz con mi padre y aún con la pizza en la mano me acerco a la ventana para buscar de donde proviene el alboroto; lo que encuentro frente a mis ojos es peor que cualquier cosa que pude imaginar. Afuera, justo al lado de mi casa, tres chicos con pinta de pertenecer a un calendario de verano están saliendo de un vehículo descapotado, y para mí total desgracia se dirigen a la casa vecina.

No me malinterpreten, no tengo nada en contra de los chicos, pero hay que ser realistas, tres chicos que se ven como la versión masculina de la barbie no pueden traer nada bueno para alguien que solo busca un poco de espacio y tranquilidad.

«¿Por qué no podíamos tener una linda pareja de ancianitos de vecinos?», pienso antes de empezar a alejarme de la ventana en el momento en que uno de los chicos, un rubio con el cabello en punta, fija su mirada en mí. Sus ojos se anclan a los míos antes de extender sus labios en una media sonrisa y hacer una reverencia burlona en mi dirección y luego entrar en la casa vecina.

Con prisa me separo de la ventana; me encuentro estrujando tan fuerte las manos que la pizza ha pasado a ser un mazacote de masa desagradable; sacudo mi rostro para dejarlo pasar, pero no puedo evitar pensar que en menos de un minuto ese chico me ha dejado sonrojada, enojada y sin nada de hambre. «Imbécil»

Ahora solo me queda desear no tener que tratar con ninguno de mis vecinos bajo ninguna circunstancia.

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