La respiración la siento cada vez más pesada mientras manejo rumbo a casa. Tengo que calmarme si no quiero terminar accidentada, además no quiero que mi padre me vea de esta forma. Aún recuerdo las semanas después que todo ocurriera y como papá se desvelaba detrás de mi puerta escuchándome gritar o maldecir al mundo hasta entrada la madrugada, o como el terror invadía sus ojos cuando duraba días sin hablar o salir de mi habitación.
Algunas veces me dan ganas de dejarme caer de nuevo, de poder quedarme quieta por un tiempo indefinido y simplemente dejar que todo pase, pero no puedo. Mi padre no tiene a nadie más que a mí, y sería demasiado egoísta sumergirme en mi dolor cuando él quedaría solo. A medida que me acerco a casa, empiezo a calmar mis respiraciones y me obligo a relajarme.
«No ha pasado nada. No ha pasado nada», empiezo a repetir una y otra vez en mi mente como un mantra. Mañana hablaré con Derek y lo pondré en su lugar, esto definitivamente no va a quedarse así.
Aparco el au