— ¿Esposa? Vaya, te has casado y no has invitado, querido. —Alexander se tensó.
—Lo siento, una larga historia, bueno te dejo, vamos a entrar. —la esquivaron sin dejar que ella contestara, y entraron finalmente al salón. La gente murmuró cuando los vieron entrar, la música seguía escuchándose, los meseros lucían impecables y se acercó uno a ofrecerles unas copas de la carísima bebida.
Alexander tomó dos y le entregó una a Tara.