Aun así, es mío.

Alan sintió como si miles de abejas zumbaran en sus oídos, no podía ver ni escuchar nada correctamente.

Miró a su alrededor varias veces y, se cubrió los oídos desesperado.

Se quedó en la sala de espera solo, después de lo que el médico le dijo, esa llamada se repetía una y otra vez.

Sintió como si todo a su alrededor quisiera enterrarlo por completo. Desesperado y golpeándose el pecho debido al dolor, comenzó a llorar.

“Si de verdad la hubiera cuidado…”

Ese día estaba tan dolido y cegado por la rabia que prácticamente la dejó sola.

 Como siempre...

El doctor que ya sabía lo que había sucedido, podía entender un poco. Solo espero en silencio y lo dejó.

—Hágale un aborto…

Dijo por fin Alan mientras miraba al suelo y trataba de tranquilizarse.

Desafortunadamente y, para su sorpresa, el médico respondió.

—No puedo practicar un aborto sin el consentimiento de la madre. Su vida no está en riesgo

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