Abro los ojos y veo a un doctor frente a mí. De a poco lo reconozco; es un tío de Gerónimo. Me revisa mientras me habla, explicándome todo lo que me hicieron, hasta que al fin me da la peor noticia de todas:

—Lo siento mucho, Cristal, pero perdiste a tu bebé. Has perdido mucha sangre y nos fue imposible…

No sigo escuchando; mi mente se ha quedado detenida: ¡He perdido a mi bebé, lo he perdido! Aunque sigue hablando, mi mente solo retuvo esa información. Llevo mis manos a mi vientre vacío, y un gran dolor siente en mi pecho.

—No debes preocuparte, solo concéntrate en ponerte bien, Cristal. ¿Quieres ver a tu esposo? —pregunta de pronto el doctor—. No se ha movido de allá afuera, no come, no duerme, solo está pendiente de ti. ¿Le digo que pase?

Asiento con la cabeza al escuchar que mi pobre Gerónimo está sufriendo solo allá afuera. Lo veo marcharse y espero anhelante. ¿Cómo lo enfrentaré? Es mi culpa haber perdido este bebé, por no haberme percatado. ¡Dos meses me faltó el período! ¿Cómo