Narrador omnisciente
Un año después
Zaria, un año después de haberse entregado por completo a Kerry, un alfa, seguía creyendo que su vida solo podía mejorar con el paso del tiempo. Pensaba que el amor que sentía y el vínculo que los unía serían suficientes para hacerlo feliz. Pero, de un momento a otro, Kerry cambió. Y ella, ciega de amor, se esforzó por ser perfecta para él... sin darse cuenta, hasta demasiado tarde, del error que estaba cometiendo.
La manada de Kerry estaba ubicada en medio de un bosque poco conocido, cercano a un pequeño pueblo en España. Ese aislamiento le daba a su vida cierta tranquilidad, ya que los habitantes del pueblo conocían la existencia de los lobos y convivían con ellos en paz.
Un día, una humana llegó a ese lugar, sin imaginar que estaba a punto de cambiar su destino para siempre. Nadie esperaba que ella fuera la mate del alfa. Kerry le ofreció palabras dulces, promesas de amor eterno, y ella, ilusionada, se entregó sin reservas, creyendo que ese amor la protegería para siempre.
Con el tiempo, Zaria aprendió todo lo necesario para ser una buena luna. Quería que él estuviera orgulloso de ella. Lo amaba tanto, que cada sacrificio le parecía poco. Y cuando él la marcó, sellando el vínculo, creyó que ya nada podría separarlos.
Pero después de un año, Kerry empezó a extrañar su antigua vida: mujeres, deseo sin compromiso, noches salvajes sin consecuencias. Poco a poco, todo lo que habían construido empezó a desmoronarse... y Zaria, cegada por amor, no fue capaz de verlo a tiempo.
Zaria dormía junto a Kerry después de una noche de pasión. Él, sin embargo, permanecía despierto, mirando fijamente el techo con una expresión de inconformidad. No podía negar que estar con su mate tenía algo especial… pero no era suficiente. Deseaba más. Otras mujeres. Otras pieles. Otras noches sin ataduras.
En su interior, su lobo se removía incómodo. Sabía lo que su parte humana planeaba hacer y no lo aprobaba. Porque, aunque Kerry fingiera no sentir, su lobo sabía que quien iba a sufrir… sería ella.
Se levantó de la cama en silencio y caminó hasta su despacho. Tomó el teléfono y marcó un número conocido.
—Necesito de tu servicio —dijo apenas escuchó que atendían.
—¿Para qué soy buena, mi querido alfa? —respondió una voz femenina al otro lado, con un ronroneo suave que lo encendió al instante.
La excitación lo invadió rápidamente.
—Quiero controlar a mi lobo. Que no estorbe. Pero sin perderlo —dijo, intentando sonar neutral.
—Ya te aburriste de ella, ¿verdad? —preguntó la voz, sensual, provocadora.
Kerry no respondió. No quería admitirlo, ni siquiera en voz alta.
—¿Puedes o no? —insistió con impaciencia. Su cuerpo estaba cargado de tensión y solo pensaba en ir con esa mujer, con Luna, y desahogarse.
—Claro que sí —respondió ella, complaciente—. Te espero la semana que viene en mi departamento —dijo, y colgó.
Kerry regresó a la recámara. Zaria estaba sentada en la cama y, al verlo, le dedicó una sonrisa dulce, con una mirada llena de amor. Él, en cambio, solo la miró con deseo. Quizás eso fue lo único que lo motivó a marcarla... el instinto territorial de un macho que no soportaba verla con otro.
—Tendré que irme de viaje para atender unos asuntos de las empresas —anunció Kerry a la mañana siguiente, rompiendo el silencio que compartían mientras desayunaban.
Zaria lo miró, con sus ojos llenos de una calma ingenua.
—¿Volverás pronto? —preguntó con suavidad.
—Posiblemente me quede tres semanas —respondió él, sin mirarla mucho.
Ella sintió una pequeña punzada de desilusión. Quería mostrarle los planos para remodelar el kínder de los cachorros, algo que la ilusionaba mucho. Pero cambió su expresión por una sonrisa dulce. Su amor por él era más grande que cualquier queja.
—¿Cuándo partes? —preguntó, viéndolo como si fuera una maravilla del mundo.
—Esta noche —respondió Kerry, antes de levantarse e irse al despacho.
Zaria lo observó irse con cierta confusión. Siempre le daba un beso antes de salir, y ese día no lo hizo. Se encogió de hombros, intentando no pensar demasiado. Terminó su desayuno, se cambió de ropa y salió a recorrer la manada, revisando cómo iban los trabajos.
Se había dedicado tanto a su rol como luna que pocas veces se daba tiempo para sí misma. Ni siquiera tenía amigas. Pero eso no le importaba. Solo quería ser perfecta para su alfa. Que él la amara. Para siempre.
La noche llegó. Y con ella, la partida de Kerry.
Zaria se despidió de él con un beso que apenas duró un instante. Él parecía apurado, casi incómodo.
Si tan solo Zaria no estuviera ciega de amor… todo habría sido diferente.