Cómo hojas en otoño

La música variaba conforme la noche avanzaba. Al llegar, en el lugar reinaba el rock-pop o rock sinfónico característico de los 4 grandes de Liverpool: The Beatles.

Por doquier las parejas bailaban, cantaban, reían o simplemente disfrutaban de sus bebidas, la compañía del otro y de la música.

Ya entrada la noche, el tono del lugar había cambiado drásticamente (bueno, no tanto), el rock de los 50s; cortesía de Elvis Presley, se hacía presente retumbando, no solo en las paredes, sino también en los corazones de los presentes. Todos bailaban al ritmo que "el rey del rock" marcaba.

Cuando Miranda y el, recién conocido, Michelle, entraron a la pista, la música estaba muy distante del rock, era más bien algo muy cercano al vals; su melodía sonaba a algo de los 40s. Resultaba curioso.

La pequeña Gardner cayó en cuenta de dichos cambios, pero no le molestaron en absoluto, de hecho le resultaban fascinantes. Sentía que se encontraba dentro de una máquina del tiempo músical; esperaba ansiosa escuchar a Marilyn Monroe, aunque no parecía probable. Después de todo ella (Marilyn), era más actriz que cantante.

Una vez en la pista, ambos se pararon uno frente al otro.

Michelle llevó sus manos temblorosas a la altura de la cintura de Miranda. La duda y el nerviosismo lo inundaban y no entendía el porqué, al final ella había accedido a aquel baile.

Sin embargo, no podía evitar sentirse intimidado por la belleza de Miranda, tenía miedo de tomar su cintura y sus manos temblorosas lo dejaban en evidencia.

La castaña se percató del nerviosismo del apuesto italiano frente a ella por lo que, luchando contra su propio nerviosismo y miedo; llevó sus brazos al cuello de él, rodeándolo y, así mismo, acercando ambos cuerpos.

Una luz verde se encendió en el interior de Michelle; en un rápido movimiento rodeó la cintura de Miranda con sus brazos y la abrazó hacía sí.

Ella obligaba a sus brazos a no abrazar más el cuello de él y, al mismo tiempo, luchaba contra el impulso de recargar su cabeza en su hombro. No quería ceder a sus impulsos y aparentes emociones tan rápido; eso daría una muy mala impresión, significaría que bastaba un baile para enamorarla. Aunque tal vez así era.

Él no lograba pensar en nada, había llegado a un punto sin retorno, su mente ya no le pertenecía, su corazón tampoco. Se estaba perdiendo en los castaños cabellos de la chica frente a él, su cuerpo le pedía acercarla más, pues tan solo quería llenarse de ella, sentirla cerca hasta no saber quién era quien, olvidarse de los límites corporales y ser uno. Pero no lo haría, le parecía un movimiento tonto y apresurado.

No quería verse así.

Aún con ello, el olor del perfume de Miranda lo embriagaba. El baile que compartían lo seducía y la sensación de su cintura entre sus brazos lo volvía loco. ¿Estaba enamorado? No… no podía ser; el amor no es tan repentino, ¿o sí?

Miranda sentía una indescriptible sensación recorriendo cada parte de su cuerpo, cada que Michelle tiraba suavemente de su cintura para atraerla a él o para guiarla en el baile. Sus impulsos comenzaban a traicionarla, su cuerpo se relajaba, sus brazos abrazaban el cuello del italiano con tanta confianza que ahora sus manos colgaban cruzadas una sobre la otra. Era un momento sumamente romántico.

El mundo desaparecía, solo eran ellos dos en una pista completamente vacía; la música parecía sonar solo para ellos, la suave voz del vocalista les cantaba solo a ellos.

El baile estaba hecho para ellos.

El ritmo italiano, alegre y suave de Ferrucio Tagliavini los hacía bailar, girar y recorrer la pista, asemejando a las hojas cayendo en otoño; en una hermosa tarde de otoño en la que el viento sopla sin remordimiento. Haciéndolas bailar.

* * *

El resto de la noche transcurrió con una velocidad impresionante; de no haber sido por Megan y Angela, Miranda se hubiera quedado ahí, bailando hasta el amanecer o un poco más, pero para mala suerte suya, sus amigas sí recordaban la hora permitida para estar fuera y, por desgracia: era antes de las 12:00.

La brusquedad con la que fue arrancada de los brazos del italiano, hizo que ambos se sobresaltaran y, al mismo tiempo, los sacó de su irreal burbuja.

— ¡Lo siento! —, gritó Megan, al tiempo que tiraba de su amiga

— ¡Adiós, Michelle! —, Miranda intentaba, en vano, soltarse de su amiga. Terminó por resignarse y salió del club.

* * *

Michelle se quedó ahí, de pie y con una expresión de perplejidad; comenzaba a entender toda aquella aventura.

Había llegado a aquel club con un solo propósito: celebrar que había aprobado su examen final de cálculo, pero, además de ello, encontró a una bella dama de la cual (a pesar de lo que el resto llegase a creer), se había enamorado.

"Miranda", recordó sonriendo bobamente; ese era un nombre precioso, tan acorde a la mujer que lo llevaba. Para Michelle, ella era la mujer más bella que hubiera visto nunca, se había enamorado tan perdidamente…

— Ah, Miranda —, suspiró y, para sus adentros, rio después de decir:

— Lindo gorro

Volvió a su mesa con una actitud radiante, casi de ensueño, sus compañeros de la facultad lo observaron con extrañeza.

— ¿Todo bien, Mike? —, preguntó uno de ellos, el más alto y bien parecido. Le decían "Mike" porque su nombre italiano, traducido al inglés era Michael y su diminutivo: Mike.

— Seh, todo genial, James

Rieron; le ofrecieron una bebida y él aceptó. Comenzaron a hablar de todo lo que se les ocurriera, los temas no parecían tener una relación entre sí, todas parecían ideas al azar, mal acomodadas y sin un sentido en absoluto; pero en realidad, era una telaraña de temas perfectamente coherentes desde un punto de vista… bobo. Hombres.

* * *

Miranda contó la historia completa a sus 4 curiosas amigas; contaba cada parte de su divina velada, parte por parte, sentimiento por sentimiento y, describiendo cada embriagante sensación.

Rita y Tina escuchaban con atención, cómo sí estuvieran viendo una telenovela o una película de Marilyn Monroe.

Por su parte, Megan y Angela tan solo intentaban entender como había pasado todo, no les hacía sentido, la historia que escuchaban tenía demasiada precisión novelesca. Era demasiado bueno para ser real.

— ¿Cuándo se volverán a ver? —, preguntó Rita con un entusiasmo casi sobrehumano.

Miranda calló súbitamente.

* * *

Al otro lado de la ciudad, en aquel club; Michelle también calló súbitamente. Ante la misma pregunta: "¿Cuándo se volverán a ver?"

* * *

No sabían nada del otro, nada además de sus nombres.

* * *

¿Cuándo se verían? ¿Se encontrarían nuevamente alguna vez? ¿Su amor permanecería estático en aquella noche de baile?

¿Quién era y dónde estaban ese amor suyo?

* * *

Y como hojas en otoño, se habían visto al caer, pero el viento las había separado sin darles oportunidad de encontrarse.

¿Sería el mismo viento quién los reuniría nuevamente?

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